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sábado, 21 de junio de 2014

Cuando todo ha terminado.

Ser cristiano, en Europa, no está de moda, pero no es un crimen. En esta Europa laica, desacralizada y multicultural, confesarte cristiano y encima practicante, puede parecerle a algunos un tanto vintage, pero, al menos de momento, no supone amenaza grave ni peligro vital para el creyente, que puede ejercer su libertad de culto amparado y protegido por las legislaciones de todos los países. Libertad religiosa y de pensamiento, al menos formal, a pesar de que las actitudes de  intolerancia y de prejuicio en el lenguaje y en los actos no se consideran socialmente reprobables, sino manifestaciones amparadas en la libertad de expresión. El deseo de desterrar los símbolos de la vida pública por parte de un sector ideológico que considera arcaica la Doctrina de una Fe que critica pero que no siempre conoce, y una Iglesia que percibe como un poder fáctico y manipulador, es sólo una pequeña muestra del claro retroceso del Cristianismo en nuestro Continente.