Ser
cristiano, en Europa, no está de moda, pero no es un crimen. En esta Europa
laica, desacralizada y multicultural, confesarte cristiano y encima
practicante, puede parecerle a algunos un tanto vintage, pero, al menos de momento, no supone amenaza grave ni
peligro vital para el creyente, que puede ejercer su libertad de culto amparado
y protegido por las legislaciones de todos los países. Libertad religiosa y de
pensamiento, al menos formal, a pesar de que las actitudes de intolerancia y de prejuicio en el lenguaje y
en los actos no se consideran socialmente reprobables, sino manifestaciones
amparadas en la libertad de expresión. El deseo de desterrar los símbolos de la
vida pública por parte de un sector ideológico que considera arcaica la
Doctrina de una Fe que critica pero que no siempre conoce, y una Iglesia que
percibe como un poder fáctico y manipulador, es sólo una pequeña muestra del
claro retroceso del Cristianismo en nuestro Continente.