viernes, 15 de agosto de 2014

España y la dignidad perdida.

Cualquier Estado define su Política Exterior en función de sus intereses nacionales, y en un mundo multipolar, donde proliferan las Organizaciones Internacionales, lo normal es que también se tenga en cuenta la relación que mantiene con estos actores que conforman el llamado Sistema Internacional. Todos los Estados, democráticos o no, tienen una ideología o unas prioridades que imprimen a su Política Exterior. Centrándonos en los Sistemas de Gobierno propios de las democracias Occidentales, cuando un país quiere establecer unas líneas de intereses fundamentales y duraderas en el tiempo, hablamos de “Política de Estado”, que no es otra cosa que la necesidad de garantizar, más allá del gobierno de turno, las legítimas aspiraciones de paz y seguridad de sus ciudadanos, así como las necesidades de desarrollo político, económico y social que tiene el país. Cuando la Política Exterior, de Defensa y de Seguridad no se modifica a golpe de discurso del titular de turno, según el viento que sople o la pata ideológica de la que cojee, y, salvo pequeños matices en los que todas las fuerzas políticas puedan expresar, como es lógico, su discrepancia, la sociedad en su conjunto manifiesta su adhesión, podemos decir que en ese país hay una Política de Estado en Política Exterior.

En España, nada aficionados a las Políticas de consenso, esa Política de Estado en Política Exterior también se echa en falta. Es verdad que, desde la Transición, y a medida que nuestro país salía del aislamiento y se integraba en los Organismos Trasnacionales, se vienen articulando una serie de prioridades en las áreas en las que, por necesidad, por vocación histórico-cultural o por cercanía geográfica, tenemos una especial vinculación: Mediterráneo y Mundo Árabe, Europa, América Latina y Estados Unidos. Pero una Estrategia Exterior Española plenamente consensuada con todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria aún es una entelequia. Porque hay asuntos sensibles que no sólo no ponen de acuerdo a las fuerzas políticas del mismo y de distinto signo, sino que, para más inri, vertebran y dividen drasticamente a la sociedad, sacando en los momentos de crisis lo más abyecto que el ser humano tiene en su interior. Y el principal asunto sensible de nuestra Política Exterior es Israel: ese pequeño país de Oriente Medio, de apenas ocho millones de habitantes y una superficie menor que la Comunidad Valenciana, el único país democrático de la región,  libre, garantista, culto, avanzado, tecnológicamente puntero; un país donde las minorías árabes musulmanas, cristianas, drusas o samaritanas, entre otras, son ciudadanos de pleno derecho que viven con total libertad, un país que sería ideal si no fuera porque… es judío, y he aquí su pecado.  El único Estado judío del mundo y el único Estado odiado por todo el mundo por el hecho de ser judío.