sábado, 21 de junio de 2014

Cuando todo ha terminado.

Ser cristiano, en Europa, no está de moda, pero no es un crimen. En esta Europa laica, desacralizada y multicultural, confesarte cristiano y encima practicante, puede parecerle a algunos un tanto vintage, pero, al menos de momento, no supone amenaza grave ni peligro vital para el creyente, que puede ejercer su libertad de culto amparado y protegido por las legislaciones de todos los países. Libertad religiosa y de pensamiento, al menos formal, a pesar de que las actitudes de  intolerancia y de prejuicio en el lenguaje y en los actos no se consideran socialmente reprobables, sino manifestaciones amparadas en la libertad de expresión. El deseo de desterrar los símbolos de la vida pública por parte de un sector ideológico que considera arcaica la Doctrina de una Fe que critica pero que no siempre conoce, y una Iglesia que percibe como un poder fáctico y manipulador, es sólo una pequeña muestra del claro retroceso del Cristianismo en nuestro Continente.

jueves, 15 de mayo de 2014

El Recuerdo de la desmemoria.

Seminarios, conferencias, exposiciones, discursos… La casa por la ventana para conmemorar el final de las dos únicas guerras mundiales que han asolado la Historia de la Humanidad. Y las dos, en suelo europeo y con un lapsus de veinticuatro años entre ambas. La Europa vencedora y la vencida explotan un acontecimiento que, aunque amplió el teatro de operaciones por el Norte de Africa, Oriente Medio y el Pacífico, no dejó de ser una guerra civil europea a gran escala retransmitida en dos tiempos. 
Porque, más allá de las connotaciones políticas, estratégicas y militares, ambas contiendas serían un conflicto ideológico que anunciaba una determinada forma de concebir el mundo y que marcarían el principio de la degradación ética del ser humano. La llamada Gran Guerra cambió hace cien años el destino de Europa. La Segunda Guerra Mundial cambiaría el de la Humanidad. 

miércoles, 9 de abril de 2014

A modo de introducción y motivo de intenciones.

Hace muchos años que dejó de importarme lo que la gente a mi alrededor pensara de mí. En realidad, nunca me importó porque nunca establecí mis relaciones personales sobre la base del reconocimiento de los otros. Los lazos que te unen a las personas que se cruzan en tu camino a lo largo de tu vida son intangibles, invisibles, van más allá de los convencionalmente establecidos por consanguinidad o familiaridad. Pero los sientes. Son cuerdas que te hermanan a personas dispersas por el mundo y con las que llegas a compartir momentos y sentimientos únicos, mucho más profundos incluso que los que te unen con aquellas personas que están a tu lado desde siempre y con las que no compartes prácticamente nada. En una sociedad acostumbrada a las apariencias, a mostrar una cara maquillada y un cuerpo perfecto, que da más importancia a cómo dices una cosa que a lo que en realidad dices, ser libre, coherente, responsable y con principios suena raro, muy raro... Y yo, que siempre tuve la sensación de pertenecer a otro espacio, otro tiempo, a otra familia, a otro entorno.. encontré finalmente mi alma gemela en ese pequeño gran país de Oriente Medio y en sus gentes: Israel.