Cualquier
Estado define su Política Exterior en
función de sus intereses nacionales, y en un mundo multipolar, donde proliferan
las Organizaciones Internacionales, lo normal es que también se tenga en cuenta
la relación que mantiene con estos actores que conforman el llamado Sistema Internacional. Todos los
Estados, democráticos o no, tienen una ideología o unas prioridades que
imprimen a su Política Exterior. Centrándonos en los Sistemas de Gobierno
propios de las democracias Occidentales, cuando un país quiere establecer unas líneas
de intereses fundamentales y duraderas en el tiempo, hablamos de “Política de Estado”, que no es otra cosa
que la necesidad de garantizar, más allá del gobierno de turno, las legítimas
aspiraciones de paz y seguridad de sus ciudadanos, así como las necesidades de
desarrollo político, económico y social que tiene el país. Cuando la Política
Exterior, de Defensa y de Seguridad no se modifica a golpe de discurso del
titular de turno, según el viento que sople o la pata ideológica de la que
cojee, y, salvo pequeños matices en los que todas las fuerzas políticas puedan expresar,
como es lógico, su discrepancia, la sociedad en su conjunto manifiesta su
adhesión, podemos decir que en ese país hay una Política de Estado en Política
Exterior.
En
España, nada aficionados a las Políticas de consenso, esa Política de Estado en
Política Exterior también se echa en falta. Es verdad que, desde la Transición,
y a medida que nuestro país salía del aislamiento y se integraba en los
Organismos Trasnacionales, se vienen articulando una serie de prioridades en
las áreas en las que, por necesidad, por vocación histórico-cultural o por cercanía
geográfica, tenemos una especial vinculación: Mediterráneo y Mundo Árabe,
Europa, América Latina y Estados Unidos. Pero una Estrategia Exterior Española plenamente consensuada con todas las
fuerzas políticas con representación parlamentaria aún es una entelequia. Porque
hay asuntos sensibles que no sólo no
ponen de acuerdo a las fuerzas políticas del mismo y de distinto signo, sino
que, para más inri, vertebran y dividen
drasticamente a la sociedad, sacando en los momentos de crisis lo más abyecto
que el ser humano tiene en su interior. Y el principal asunto sensible de nuestra Política Exterior es Israel: ese pequeño
país de Oriente Medio, de apenas ocho millones de habitantes y una superficie
menor que la Comunidad Valenciana, el único país democrático de la región, libre, garantista, culto, avanzado,
tecnológicamente puntero; un país donde las minorías
árabes musulmanas, cristianas, drusas o samaritanas, entre otras, son
ciudadanos de pleno derecho que viven con total libertad, un país que sería
ideal si no fuera porque… es judío, y he aquí su pecado. El único Estado judío del mundo y el único
Estado odiado por todo el mundo por el hecho de ser judío.
En
general, y en nuestro país en particular, de Israel se valora su excelencia
académica, su capacidad tecnológica y su modelo de crecimiento económico basado
en I+D. Pero no se perdona su espíritu libre y creativo; su firmeza moral, la
heterogeneidad de su gente y su fuerte sentido de pertenencia y cohesión
nacional; la creencia en unos Principios éticos que en su día legó a la
Humanidad y de los que hoy Occidente suelta amarras; su defensa a ultranza de la
vida, propia y ajena; su firme propósito de sobrevivir y renacer de las cenizas;
su firmeza a la hora de defender sus fronteras y la seguridad de sus ciudadanos;
su capacidad de crear; su Esperanza, individual y colectiva… España, que
durante siglos renegó de su pasado judío y hoy rentabiliza como reclamo
turístico, quiere resarcir esa deuda histórica otorgando una nacionalidad puramente
sentimental a los descendientes expulsados de Sefarad hace cinco siglos al tiempo que, desde el Ministerio de
Exteriores, se califica de incidentes
aislados el asesinato de algún que
otro ciudadano israelí por secuestro y tortura, atentado terrorista o
proyectil de cohete o misil con los que diariamente y a lo largo de diez años los
chicos buenos de Hamas vienen
interrumpiendo la vida cotidiana de las poblaciones del sur y del centro del
país. Y descaradamente, el titular de la Cartera le pide una contención y proporcionalidad en la respuesta al Estado judío que ni siquiera considera para ningún Estado del mundo,
incluido el nuestro. Exigencia de control,
moderación, negociación y comprensión,
como si de un regateo se tratara: Pase
usted, señor terrorista - le falta sugerir a nuestro flamante ministro - que le invito a café mientras unos cuantos de los suyos salen por
el agujero de mi jardín y deciden qué hacen con nosotros.
Al
Estado de Israel, en continuo conflicto con su entorno más inmediato, sometido
a auditorias casi diarias y al estridente sonido de una cacofonía de diatribas,
injurias y prejuicios que recuerdan tiempos oscuros no tan lejanos, se le exige
unos estándares internacionales de comportamiento imposibles de cumplir por
ningún otro Estado ni Organización en el mundo. Si hoy en día no existe un Estado palestino es, entre otras muchas
razones, porque los palestinos, que nunca han existido como pueblo y mucho
menos han tenido un territorio sobre el que reivindicar un Estado nacional, ni
siquiera han sido reconocidos como tales por sus hermanos árabes, cuyos Estados, que son tan arbitrarios y artificiales
como la mayoría de los países que existen en el mundo, han venido boicoteando
todas las posibilidades que se han planteado desde 1922. Recordemos que
Jordania nació con el propósito de ser el Hogar
Nacional árabe pegadito al Hogar
Nacional judío. Los judíos de entonces accedieron a entregar una parte de lo
que se conocía como la Palestina Histórica
a los árabes – y no a los palestinos,
como dicen, porque palestinos eran los árabes, judíos, cristianos y demás
minorías que vivían en el territorio administrado por Gran Bretaña y que tenían
ciudadanía palestina bajo pasaporte británico -, que siguieron armando jaleo en
el interior de la Palestina judía y que provocaron una nueva partición del
territorio – Res 181 de UN de noviembre de 1947 – que también fue rechazada con
un no rotundo por el nacionalismo árabe. Lo que viene después es la invención y
tergiversación de una historia derivada del resultado de ese primer no, porque entonces, como ahora, la
razón primera y última para no llegar a ningún acuerdo es la negativa a
reconocer el carácter judío del Estado de Israel.
Desde
su nacimiento en 1948, el Estado de Israel sufre ataques terroristas en una
escala sin precedentes (desde el norte, en el interior del país y desde los territorios
en disputa de Cisjordania y Gaza), y en su corta vida ha padecido cuatro
guerras en las que se ha jugado su supervivencia al ser atacado simultáneamente
desde todas sus fronteras por los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, Líbano,
Irak y los apoyos de Arabia Saudí, Yemen y Libia (1948, 1956, 1967 y 1973), dos guerras contra los grupos terroristas que
operaban desde el Líbano (la OLP en 1982 y Hizbollah en 2006), dos intifadas perfectamente
organizadas y financiadas desde el exterior (1987 y 2000), y tres guerras
contra Gaza (2008, 2012 y 2014) en respuesta a los ataques terroristas y al
lanzamiento de cohetes y misiles perpetrados por el grupo terrorista Hamas,
rama palestina de los Hermanos Musulmanes, organizado, entrenado y financiado
por Irán y últimamente también por Qatar. Esta es la organización yihadista y nacionalista
que gobierna la Franja con mano de hierro desde que en 2007 emprendiera una
cruenta lucha por el poder contra su rival Al Fatah, leal a la Autoridad
Nacional Palestina. Más moderada,
pero tampoco moco de pavo. Los más de
350 muertos e incontables torturados y desaparecidos en esta guerra fraticida no
provocaron ningún revuelo internacional, a pesar de que la ONG Human Rights
Watch y Amnistía Internacional ya venían
denunciando desde 2002 graves violaciones
a las leyes humanitarias. Como tampoco lo provoca ese genocidio incipiente, según la ONU, que parece que sobrevuela sobre los cristianos de Oriente Medio y las
estampidas humanas que produce. 200.000 sólo en Irak.
Parece
oportuno recordar que Israel se retiró unilateralmente de Gaza en 2005,
desmantelando los 17 asentamientos, dejando más de 3000 invernaderos y centros
de producción agrícola operativos y devolviendo la soberanía y control del
territorio a la Autoridad Nacional Palestina. Invernaderos y centros que
generaban beneficios y que nunca se utilizaron, porque fueron destruidos al
tiempo que el último judío – había 8.500 - salía del territorio que había sido
su hogar durante cuarenta años. Cuando el Estado de Israel se crea, no tiene
ningún problema en integrar a los 100.000 árabes que se quedan para construir
juntos su futuro. Hoy, el millón y medio de árabes israelíes – 1.656.000- representan el 20´7% de la población y gozan
de todos los derechos y obligaciones, como cualquier otro ciudadano de Israel o
de cualquier otro país democrático del mundo. No debería sorprender, aunque esa
reciprocidad es impensable en la mentalidad árabe y musulmana, mucho menos
entre el liderazgo palestino. Ni la ANP ni Hamas contemplan la más mínima
posibilidad de que un solo judío pueda vivir dentro de sus territorios. Pero el
primero es un Estado racista que practica la limpieza étnica y el aparheid
y el segundo es progresista. Los 608. 200 judíos que a lo largo de la década de
los 50 fueron expulsados de las tierras árabes en las que vivían desde hacía
siglos, se integraron en Israel o en otros países occidentales, adoptaron la
nacionalidad del país de acogida y no recibieron ningún tipo de reparación por
las tierras y bienes que les confiscaron. En cambio, más o menos el mismo
número de árabes que, después de la primera guerra árabe-israelí, abandonaron
el territorio que quedaría bajo jurisdicción del Estado de Israel y huyeron hacia
la Cisjordania ocupada por Jordania, Gaza – bajo control egipcio -, Siria o
Líbano, se convirtieron, ellos y sus descendientes, en eternos refugiados, apátridas y sin identidad nacional ninguna gracias a la brillante idea de las
recientemente creadas Naciones Unidas que, en lugar de dejar el asunto bajo la
gestión de la Agencia General para los Refugiados – ACNUR -, que se ocupa de
todos los refugiados del mundo, se inventaron una Agencia específica para los
refugiados Palestinos - la UNRWA -. Las propias Naciones Unidas establecieron,
por cuestiones ideológicas y políticas, la diferenciación entre estos refugiados business y el resto de los refugiados de clase turista. Y por eso
hoy, como la condición de refugiado palestino se hereda e imprime carácter
respecto del resto de refugiados del mundo, estamos en la surrealista cifra de cuatro
millones y medio los descendientes de aquel puñado de huidos que se consideran
los legítimos dueños del territorio que constituye el Estado de Israel.
Bien
es sabido que los mitos sustentan la cosmovisión de un pueblo. Pero cuando un
pueblo no tiene historia, porque no tiene pasado y se lo tiene que inventar, y
cuando su identidad nacional se reafirma en la medida en que niega la
existencia del contrario, entonces, no le queda otra que cohesionar su relato
para hacerlo exportable y creíble. Y aquí, en la guerra propagandística, han
ganado la batalla. El mito del bloqueo,
como el de la ocupación, efectivo
sólo para el tráfico de armas, los materiales de doble uso y la transferencia de sueldos a los funcionarios
de Hamas, surge de la imposibilidad del liderazgo palestino, fuertemente
fraccionado y condicionado ideológicamente, de asumir el riesgo de construir las
bases de un Estado que garantice la prosperidad y seguridad para su pueblo
sobre las bases del respeto, la reciprocidad y la libertad. En lugar de ello,
la ingente ayuda internacional – 10.000 millones de dólares desde 1993 sólo de
España - se ha desviado vergonzosamente para tejer todo un entramado de corruptelas,
mejorar la capacidad operativa y armamentística de las milicias, adoctrinar a
las nuevas generaciones en el odio enfermizo hacia Israel y los judíos, ganar
tiempo y fortalecer los vínculos internacionales que desestabilizan la región. Cerrar
una frontera por motivos de seguridad no es sólo legítimo, sino una práctica
que está al día en cualquier otra parte del mundo. Egipto lo hace cada vez que
atisba que peligra su seguridad, y parece que a nadie le ha molestado. Gaza, con
una población de 1.800.000 personas y una densidad de 4.167 hab/km2 concentrada
fundamentalmente en barrios convertidos en fortalezas por Hamas, como Shujaiya,
Beit Hanoun o Beit Lahiya, no es ninguna cárcel, ni ninguna ratonera, ni un
gueto, ni un territorio bloqueado, sino subvencionado.
Por la Comunidad Internacional y por el propio Israel, que envía una media de
100 camiones diarios con combustible, alimentos, material sanitario y material
de construcción para suplir las necesidades básicas de la población. Los pasos
de Erez y Rafah no se han cortado, ni siquiera en medio de la tensión, y sólo
por el cruce de Kerem Shalom, desde enero de 2014 al mes de julio, han pasado
4.680 camiones con 181.000 toneladas de mercancía.
Israel
es vapuleado hasta el extremo de que su derecho a la autodefensa es cuestionado
por una Comunidad y una opinión pública Internacional que deslegitima su
existencia misma y que pervierte diabólicamente los términos genocidio, asesinato, crimen de guerra,
violación del Derecho Internacional…
en un doble lenguaje y una doble moral que no menciona ni por asomo escenarios
donde sí se cometen esas atrocidades, como son Irak, Siria, Mali, Libia,
Somalia, Congo, Sudán, Camerún, Nigeria, Mauritania, Yemen, Angola, Afganistán,
Pakistán y un largo etcétera, o realiza suculentos negocios con países que
soportan y financian el terrorismo y son símbolo evidente de progresía y
respeto de los derechos humanos – Irán, Arabia Saudí, Qatar, Libia o Venezuela
- por el mero hecho de que sus representantes cobran el sueldo de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
El asesinato de 50 cristianos, quemados vivos, por el grupo terrorista Boko Haram, mereció en su día un breve
comunicado del Ministro de Asuntos Exteriores español en el que se calificaba
de “deleznable ataque terrorista”
semejante ignominia. Todavía no se ha pronunciado por el genocidio – y esto si
lo es – que el Estado Islámico, en su delirio de crear un califato universal, está
cometiendo en Irak contra los cristianos y contra la minoría Yazidi. El día que
la Comunidad Internacional reaccione a esta barbarie lanzará canicas desde
3.000 metros de altura contra un grupo de terroristas desperdigados – a los que
no verá ni con prismáticos – alrededor de un pozo de petróleo. Si para las
Naciones Unidas y para el ministro español, José Manuel García Margallo, la Operación Margen Protector en Gaza ha
provocado una crisis humanitaria sin
precedentes en la historia, con unas cifras de 1.800 muertos aportadas por el
Servicio de Salud de Hamas y en las que no distingue civiles de combatientes, es
de entender que, además de ignorancia, su silencio ante los 2.000.000 de
refugiados sirios – el 11% de la población del país –, el 1.000.000 de iraquíes
desde enero o los 50.000 Yazidies de esta última semana, obedezca a la profunda
conmoción que le ha debido producir, y que le ha dejado sin palabras ni
calificativos.
El
sufrimiento de la población civil, de cualquier parte del mundo, merece ser
denunciada, como no podía ser de otro modo. La Operación Margen Protector ha causado un daño muy importante a las infraestructuras civiles en Gaza. Y es evidente que las llamadas medidas pasivas – barreras en los
caminos, toques de queda, cerca de seguridad – acarrean trastornos en la
actividad cotidiana de la población palestina. A pesar de todo, hay pocos
Estados en el mundo que hagan frente al combate del terrorismo manteniendo un
sólido equilibrio entre la necesidad de garantizar la Seguridad y protección de
su población civil y la convicción de que no debe, bajo ningún concepto, pervertir
sus valores democráticos y sus libertades. Sus Operaciones militares comienzan
siempre cuando ya la situación se hace insostenible para la población israelí,
que vive diariamente sometida al lanzamiento continuo de cohetes o misiles
desde Gaza, temporalmente desde el sur del Líbano por Hizbollah o expuesta al
goteo de atentados, escaramuzas o agresiones desde Cisjordania y reivindicadas
en nombre de las Brigadas de Al-Aksa,
Brigadas Al-Quds, Tanzin, Ezzedin Al-Kassam y toda la variedad de grupos terroristas avalados
y consentidos por la propia Autoridad Nacional Palestina, algunos de ellos
ligados a Al-Fatah, el partido moderado
del Presidente Mahmoud Abbas y con el que la Comunidad Internacional tiene
tanto feeling. Me temo que el
Ejército de Israel es el único que trata
de minimizar las bajas, alertando al enemigo
del momento preciso en el que pretende lanzar una operación en la que puedan
verse involucrados civiles. Por el momento, no hay constancia de que ningún otro
ejército en el mundo avise por radio o por teléfono, que lance octavillas desde
el aire, que desvíe el lanzamiento de un misil o aborte una operación ya en
marcha si hay civiles en el campo de tiro, o que establezca hospitales de
campaña para atender in situ a los
heridos de cualquier bando y derive a sus propios hospitales a la población de
unos territorios autónomos rehenes de una ideología criminal. Madres que
manifiestan su agradecimiento a los doctores israelíes que han salvado la vida
de sus hijos…porque así podrán convertirlos en shajids – mártires -. Cultura de la vida frente a otra que
santifica la muerte. Crear el Paraíso en la Tierra o en la estratosfera con
vírgenes permanentemente recicladas para atender las necesidades de tanto
desviado. Civiles utilizados vilmente como escudos humanos por sus propios
dirigentes, en una estrategia deliberada para prolongar el conflicto. La
lectura del manual de guerrilla urbana,
de las Brigadas Shujaiya es sumamente
instructiva a la hora de explicar cómo utilizar los civiles de Gaza contra
Israel y rentabilizar a su favor la opinión pública internacional. Los medios
de comunicación y toda la Comunidad Internacional, por acción, omisión, interés
y convicción, han traspasado, con una virulencia inédita, la barrera de lo
moralmente aceptable de la legítima crítica hacia las decisiones de un gobierno
democrático, y se han convertido en la correa de transmisión de un grupo
terrorista y de la ideología de odio que la sustenta.
Porque
las imágenes de niños y mujeres palestinos sepultados bajo los escombros de una
vivienda, un hospital, una ambulancia, una mezquita o una escuela, destruida
por un misil israelí, vende. Aunque
esas fotos sean antiguas o pertenezcan a otros conflictos y hayan sido
deliberadamente manipuladas. En cambio, conscientemente se obvia el
almacenamiento de arsenal militar en los sótanos de estos edificios, el
lanzamiento de misiles desde estos lugares, su conocimiento por parte de la
población civil, de la prensa internacional, de la UNRWA y de la Cruz Roja; se
obvia la utilización de las ambulancias de la Cruz Roja y de las furgonetas de
la ONU para transportar, ocultar o salvar la integridad física de los
terroristas y los combatientes; se obvia el apoyo logístico que brindan las
numerosas oficinas de la ONU, Cruz Roja y todas las Organizaciones
Internacionales que trabajan en pro de los derechos
humanos en la Franja; se obvia la existencia del entramado de túneles del
terror que horadan el subsuelo de Gaza como si fuera un queso gruyere o un plano
de metro; se obvia que cada uno de ellos cuesta 3 mil millones de dólares, que
se han descubierto 32, y que se han construido a lo largo de diez años, a cielo
descubierto, ante la presencia, complicidad y silencio de toda la población
civil; se obvia que ha tenido que ser necesaria la participación activa de la
población civil porque estos túneles tienen su origen en el interior de
infraestructuras civiles, detrás del mueble de una cocina, bajo la cama en la
habitación de un niño, bajo el inodoro de un baño…; se obvia vilmente el número
de víctimas israelíes – 64 militares y 3 civiles - y la tensión que vienen
soportando a lo largo de estos diez años de no
presencia israelí en Gaza, simplemente porque, en el ideario colectivo, son
colonos, enemigos, sionistas, usurpadores
o agentes de Israel. A los palestinos, Israel los mata impunemente y comete
“crímenes de guerra” y “crímenes contra la humanidad” y es susceptible de ser
enjuiciado por el Tribunal de Derechos Humanos, mientras que los civiles
israelíes, sencillamente, se mueren.
De una manera mezquina y maniquea, en este pervertido mundo al revés, el
terrorista se convierte en víctima, y el Estado agredido que se defiende, en
verdugo. Proporcionalidad en términos
diplomáticos, que no es otra cosa que los buenos y los malos se miden, no por
su catadura moral, sino por la cantidad de muertos que aportan.
En
esta guerra entre Israel y Hamas, la reacción histérica y virulenta de la
Comunidad Internacional, los medios de comunicación y la opinión pública
mundial contra Israel y el pueblo judío, pone de manifiesto que ese odio
ancestral ni se ha erradicado ni ha mutado, y aun peor: que esa distorsión tan
acusada obedece, además, a un plan premeditado que ha dado frutos, y en el que España
tiene mucho que ver. Nuestro país ingresó en Naciones Unidas en 1955 gracias al
compromiso que adquirió de influir en el comportamiento de las naciones amigas – primero América Latina
y después en Europa – en beneficio de los intereses árabes, de defender la
causa palestina y de no establecer relaciones diplomáticas con el Estado de
Israel. Compromiso a cambio de mejores condiciones en las relaciones
comerciales y en el precio de los hidrocarburos, pero también de un impulso de
la marca España que derivó, al final,
en una alianza permanente y en bloque.
Como en Fuenteovejuna, España se
aseguraba el voto afirmativo del llamado grupo de Países No Alineados y correspondía con reciprocidad meridiana, sin
cuestionamiento ético o moral, a las propuestas que el bloque planteaba. Un chantaje
inaceptable para cualquier otro país, que España acomodó y revistió de progresismo a medida que adquiría
visibilidad internacional y sorteaba como podía la traición a sus amigos árabes
tras normalizar sus relaciones diplomáticas con el Estado de Israel en 1986, condición
sine qua non para ingresar en el selecto
club europeo.
Política
del palo y la zanahoria a partir de
entonces, y pretensiones de mediador frustrado fuertemente condicionado por una
ideología antijudía y pro árabe que ha permeabilizado ya todas las capas de la
sociedad civil, desde el Servicio Exterior, las altas esferas del Estado y los
partidos políticos de todo signo, a las Instituciones académicas y educativas,
gracias al intercambio académico, a la presencia e interacción de una comunidad
musulmana amplia procedente de la inmigración, la conversión al islam cada vez
más numerosa, el papel de los medios de comunicación, a la confluencia de
intereses económicos, las gestiones de nuestra monarquía y al blanqueo del rigorismo religioso que deja divisas en nuestras costas, se viste
de revolucionaria y antiimperialista, compra nuestros activos y stocks inmobiliarios, construye
imponentes mezquitas, patrocina fundaciones, campamentos o clubes de fútbol, o
idiotiza conciencias a través de modernos canales de televisión. Recuperamos la
cultura de nuestros judíos y
mantenemos relaciones muy ricas con
Israel, al tiempo que potenciamos y ofrecemos a Arabia Saudí, Qatar, Emiratos o
Turquía la posibilidad de influir de forma más activa en los asuntos
relacionados con Oriente Medio y el Norte de Africa, aseguramos la continuidad
de sus regímenes frente a los movimientos desestabilizadores, o les abrimos
mercados y conciencias en América Latina y Europa. Criticamos la política de asentamientos israelí, les
negamos su derecho a defenderse, les interrumpimos la ridícula venta de armas
que no necesitan, emitimos nuestro voto favorable para que Palestina entre como Estado
No Observador en la ONU y abrimos un Consulado
Honorario en Gaza, al tiempo que armamos hasta los dientes a la oposición
siria involucrada en actos de genocidio contra las fuerzas gubernamentales y
los cristianos, comprendemos las
necesidades nucleares de Irán, apostamos por el diálogo con Hamas o Hizbollah – financiados por nuestros amigos qataríes
e iraníes -, y hacemos la vista gorda
ante el nepotismo y la corrupción tan descarada del liderazgo palestino. En un
momento de crisis económica especialmente acuciante y con proyectos de
inversión superiores a 10.000 millones de euros, el Estado de Israel no es un
socio estratégico a tener en cuenta ni los judíos potenciales suicidas a los
que hay que temer.
Hace
apenas setenta años, el mundo que miró para otro lado y cruzaba los dedos mientras
Hitler exterminaba a los judíos de Europa, hizo el paripé de sentar en el banquillo
de los acusados a cuatro jerarcas nazis a los que ni siquiera condenó por los
crímenes cometidos contra los judíos. El Tribunal Militar de Nüremberg se limitaría
a recordar que “los crímenes más numerosos y salvajes” se habían “perpetrado
contra los judíos”, sin aceptar la noción de un plan de exterminio
institucionalizado contra ellos. La persecución
de los judíos sólo ocupó 16 de las 190 páginas de la Sentencia, lo que explica el
vehemente deseo de la Comunidad Internacional que nacía de pasar página y sepultar
ese pequeño incidente ocurrido en el
marco de una guerra global. Hitler había muerto, sus seguidores reinsertados en
la vida civil y el Estado judío recientemente creado no duraría lo suficiente
como para dar problemas. Afganistán, Argelia, Bangladesh, Egipto, Camboya,
Corea del Norte, Guatemala, Irán, Irak, Nigeria, Sudán, Pakistán, Senegal,
Siria, Mali, Sierra Leona, Uganda, Costa de Marfil, República Centroafricana,
Camerún, Yemen, Emiratos Árabes Unidos o República Democrática del Congo, son
sólo unos pocos de la lista de países que tienen la desfachatez de estar comprometidos en la prevención y sanción
de delitos de genocidio y de ser parte de la Corte Penal Internacional o de integrar el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Con el arengo de Europa,
más preocupada en cuadrar caja que de recuperar el sentido de una Civilización
que agoniza.
Setenta
años después, la semilla del odio y la envidia que aupó a Hitler al poder ha
vuelto a germinar de la mano de una ideología religiosa fanática que quiere
aniquilar nuestra libertad y nuestro modo de vida, y aquellos que no lo quieren
ver, incluido nuestro Gobierno, comete traición, no sólo con la memoria de los
once millones de personas víctimas de la aberración nazi, sino también con el
Estado de Israel, socio leal y único país que no tiene ningún complejo en
defender sus fronteras, sus valores y sus ciudadanos de la tiranía que
representa un proyecto político totalitario, fanático y genocida en potencia.
Porque, que no le quepa ninguna duda a nuestro ministro Margallo, Israel es
la china en el zapato del Islam, pero
después vamos nosotros, los frikis liberales despreocupados, hedonistas, tolerantes
y soñadores con las fantasías hollywoodense ambientadas en las maravillas
de las mil y una noches. España seguramente se gane un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU el próximo otoño, pero ha vuelto a perder su dignidad.
I love Israel i love herman@s judios os amo i apoyo i lo are asta que me muera i si tengo que dar mi vida por vosotros o nuestro Israel amado lo are i con mucho gusto faltaria mas i como Europeo Espanol i Catalan me averguenzo i me da asco el antisemitismo i racismo que ahi acia nuestros herman@s mayores vomitivo indecente i espero que algun dia lo pageis i mui mui caro hijos de la gran ramera shalim Israel layla tov shabat shalom Eduardo Aransay Tome de Barcelona ok
ResponderEliminarExcelente articulo, no se puede explicar mejor !
ResponderEliminarGracias Miriam. Bienvenida a mi blog.
EliminarExcelente, realmente excelente artículo!!!...otra visión de la realidad. Lo compartiré, con tu permiso, en mi cuenta de facebook, Saludos desde Buenos Aires, Argentina
ResponderEliminarGracias Graciela. Bienvenida.
Eliminar¡Diría que este artículo es más que excelente! ¡Enhorabuena a su autora! porque ha expresado a la perfección la realidad de las relaciones internacionales, de la mentalidad española y en gran parte de la europea, sobre el conflicto y la ceguera hacia otros que son enormemente más brutales, en naciones carentes de libertades aceptables para sus ciudadanos. Tenemos a Israel como objeto de pasivo para verter los vómitos más atávicos y más judeófobos que no solo no habían desaparecido, sino que han rebrotado con virulencia. Todo dentro de la fantasía y la falta de conocimientos reales sobre el pasado de Oriente Medio y digo el lejano PASADO, entero, para entender mejor el inmediato y de ahí a la realidad actual. Hay una perversión necia, casi total, al comparar la base moral de una cultura que ha dado al mundo y da, avances constantes, con otra que solo pretende destruir sin crear nada como respuesta. ¡Un auténtico disparate! España es una nación que se da de palos consigo misma desde siglos y su política exterior es oscilante, cuando no errática. Perdimos el barco hace doscientos años y ahora queremos arribar a un puerto sin haber metido los pies en el agua, siquiera. Aquí se les llena la boca con la palabra democracia a la mayoría dano lecciones a israel, y se olvidan que este pequeño pais, nació democrático 30 años antes, de que España lo fuera. Aquí no va a despertar nadie hasta que estos fanáticos islamistas, si se dejan de matar entre ellos y superen rivalidades, decidan que ya está bien y que hay que dar el paso físicio de lo que ya han dejado claro como objetivo: la conquista otra vez de lo que ellos consideran tierra islámica perdida. Decíase que España es una nación en la que no hay política de consenso, cierto menos en una cosa, en asegurarse el sueldo de por vida para la clase política. Vivimos con miras a corto plazo y salir como se pueda de no se sabe dónde para llegar a ningún lado, porque no hay metas, más allá del botellón diario o de salir adelante antes de fin de mes y esto ya es mucho, aunque parezca fútil decirlo.
ResponderEliminarGracias por sus elogios. Intento ser coherente y mantenerme firme en los principios que siempre he defendido.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar