El 7 de Octubre de 2023, a las 6:30 horas de la mañana, el reloj se paró en Israel, en el mundo judío de la diáspora y para quienes creemos en la libertad y en la dignidad del ser humano. Aunque cada pérdida de vida es dolorosa, y los ciudadanos de Israel están acostumbrados a episodios de violencia intermitente y a vivir situaciones de tensión con sus vecinos, la narrativa desarrollada por la propaganda palestina durante décadas dio un salto cualitativo de proporciones mortales como no se conocían desde los tiempos de las matanzas nazis en Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial.
Llamada
a la Yihad global contra Israel, el pueblo judío, los Estados Unidos y los
simpatizantes de los sionistas. Mesianismo,
venganza y honor. Mezclar la ideología religiosa de un iluminismo mesiánico con
la paranoia de la protección del honor de los musulmanes y la sociopatía política
de que Israel es un Estado ilegítimo y racista que merece desaparecer de la faz
de la tierra, es un coctel peligroso
que, encima, engancha a los occidentales a la defensa de la causa palestina por
medio de la interpretación idílica de una idea de resistencia vinculada a
supuestas causas humanitarias y anticolonialistas. ¿Hay alguna razón psicológica
que explique la adhesión al terrorismo? Porque no se comprende, desde una
perspectiva de moral y ética sana, entendidas estas como la capacidad innata del
ser humano de distinguir el bien del mal, que haya personas que descubren que,
en nombre de una causa superior que antes era la de la justicia social y ahora
una identidad que te da carta blanca para hacer barbaridades, puedan pasar a la
historia.
Es
verdad que hay ideologías que son más propensas a caer en las redes del Mal y
deslizarse hacia la violencia. Nos tranquiliza pensar que hay individuos lunáticos,
psicópatas o socialmente deprimidos capaces de cometer actos de salvajismo o
brutalidad excepcional. Los hay. Pero la muerte social de la víctima es la
antesala, no de una mente psicológicamente enferma, sino de un sadismo
estructural que forma parte de la condición humana. Y en ciertas culturas, o
pueblos, o movimientos ideológicos o religiosos, el odio y el victimismo es el
motor de su existencia. El iluminismo yihadista es una de esas ideologías
perversas que divide al mundo en puros y herejes. El nazismo, el comunismo o el
antisemitismo son también las metástasis de un cáncer que deshumaniza al
individuo. El progresismo wokista y su proyección abstracta de identidades frívolas,
enarbolando banderas y asumiendo consignas que ponen los pelos como escarpias, son
los tontos útiles y necesarios en la difusión de una información bajo control
de una organización terrorista (Hamas).
Cómo
un individuo normal se convierte en genocida – o promotor de genocidios - es el
enigma que han tratado de resolver Hannah Arendt (La
condición humana, Paidós, 2016) o James Waller (Ordinary People Commit Becoming Evil: How Genocide, and Mass Murder, OUP USA, 2006) entre
otros. La necesidad de entender el Mal nos permite distanciarnos, ponerle
excusas a lo que no es sino la aceptación social de que la matanza
indiscriminada de Hamas de más de 1400 ciudadanos israelíes y 240 secuestrados
retenidos como escudos humanos, es un antisemitismo de libro disfrazado de
antisionismo. Porque el proceso de deshumanización de las víctimas israelíes
comenzó el mismo 7 de Octubre, cuando ni siquiera el gobierno de Israel había
definido sus objetivos políticos ni militares, ni se había planteado aun ningún
operativo en Gaza. Acusaciones de desproporcionalidad y de crímenes de guerra a
un país sujeto a las estrictas normas del Derecho Internacional y las Convenciones
de Ginebra por parte de los apologistas de una Gaza idílica que es en su
totalidad un gran campamento terrorista armado bajo el control de Hamas y la pléyade
de organizaciones terroristas y paramilitares que se disputan su liderazgo. Es
la distancia psicológica necesaria para encubrir que, aunque los terroristas de
Hamas, los civiles que les acompañaron y los periodistas que lo documentaron
publicitaron una masacre que pone en dudas toda esperanza de paz con este tipo
de enemigos, la víctima temporal (Israel) es el agresor perpetuo de una tierra
que ocupa ilegalmente. Y como celebrar la barbarie queda feo, al menos en el
occidente civilizado, organizaciones
sesgadas como Naciones Unidas o la Corte Penal Internacional (CPI) obvian que
la existencia de Hamas y de organizaciones similares son, en sí mismas, un
crimen contra la humanidad.
El
pasado 7 de Octubre se produjo un punto de inflexión irreversible en la
conciencia nacional israelí, y una quiebra moral en la humanidad. La historia
nos recuerda que hay seres humanos capaces de hacer cosas abominables. El
terror de las víctimas, y lo que Joseph de Maistre denomina el entusiasmo de la carnicería (La Ley de la
Guerra), un sentimiento al que incluso los hombres más civilizados parecen
no ser inmunes, nos coloca ante el espejo, que sin ambages, nos devuelve la mirada
enferma de una sociedad postmoderna cuya voluntad herida se desvanece en una lógica
utilitarista que no deja espacio para la compasión.
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