Acuerdo nuclear con Irán: riesgo u oportunidad para repensar Oriente Medio

Golpe al multilateralismo, torpeza, riesgo contra la Seguridad Internacional, peligroso regreso al unilateralismo, grave error… o, por el contrario, decisión valiente, según se mida la percepción del riesgo y la amenaza. La lista de desencuentros entre Estados Unidos y sus aliados, fundamentalmente Europa, desde la llegada de Donald Trump al poder, ha entrado en una nueva fase de desgaste que pone en evidencia el dilema político y económico de una UE que carece de autonomía y de capacidad estratégica para imponer unas reglas de juego irrelevantes fuera de nuestra área de confort. 

El pasado 8 de mayo, la administración norteamericana anunciaba la retirada unilateral de Estados Unidos del Acuerdo multilateral firmado en 2015 con Irán, conocido como Plan de Acción Integral Conjunto, por el que el país persa se comprometía a detener provisionalmente sus investigaciones nucleares a cambio del levantamiento de las sanciones económicas vigentes desde 2012, cuyo impacto, tanto a nivel interno como en su reflejo en la economía mundial, venían siendo considerables, y anunciaba nuevas medidas punitivas con el objetivo de fortalecer y reforzar el Acuerdo, para hacerlo más consistente, duradero y confiable. Con esta decisión, tomada según sus detractores de manera impulsiva, el presidente Trump no sólo cumple con otra de sus promesas electorales que le desmarca del legado del anterior inquilino de la Casa Blanca, sino que responde, en cierta medida, a unas necesidades de política interna que podrían tener su peso en los comicios que tendrán lugar el próximo mes de noviembre, justo a mitad de mandato. A ojos de Europa, las acciones del presidente norteamericano socaban el orden mundial basado en reglas, cooperación internacional y respeto por los Acuerdos multilaterales, por lo que intentarán equilibrar la hegemonía de Estados Unidos mediante la diplomacia y la oposición suave frente a la estrategia de equilibrio de poder más militarista adoptada por Rusia y China. Desde la perspectiva europea, un problema ya resuelto en 2015 volvía de nuevo a la Agenda internacional sin una razón convincente. Irán no representa una amenaza existencial para la UE, y aunque se trate de un Acuerdo con fallas estructurales pero pragmático, la reintegración de Irán al sistema financiero, económico y energético, en un momento de creciente endeudamiento de la eurozona, activó de forma sustancial el comercio y la inversión en un país necesitado de infraestructuras, primando los beneficios económicos frente a los eventuales riesgos de Seguridad.

Podría ser, quizá también, que la decisión del presidente Trump no responda sólo a un mero impulso personal y a una visión cortoplacista de la política. Puede que su acción sobre Oriente Medio tampoco sea tan imprevisible e incoherente como aparenta. No sólo la reputación internacional de Estados Unidos y la salvaguarda de la independencia europea en el escenario geopolítico global están en juego. A largo plazo, lo realmente interesante es planificar las condiciones futuras de un Acuerdo que, hasta ahora, ha permitido a Irán mantener una estructura de recompensa anticipada sin calibrar las consecuencias que la cadena de concesiones en temas críticos podría tener en una geografía en la que las identidades y los adversarios no son racionales. Consciente o inconscientemente, Europa ha permitido a Irán materializar sus ambiciones hegemónicas.  La evidente expansión de Irán en Oriente Medio, su creciente influencia, su consolidación en áreas clave mediante alianzas estratégicas y la legitimidad que la Comunidad Internacional le ha otorgado por su actuación en la guerra de Siria, neutralizando al llamado Estado Islámico, ha avivado, y con razón, el recelo de Israel y de Arabia Saudí. En este contexto geopolítico más amplio, Estados Unidos habría encontrado el momento oportuno para que Europa examine los riesgos de Seguridad que esta relación conlleva y reconozca las necesidades de Seguridad de Israel - que sí percibe que su amenaza es existencial -  y de los árabes sunitas, realmente incómodos con esta situación. Ni Israel, que mantiene una ambigüedad deliberada en cuanto a su capacidad nuclear, ni ningún otro actor en Oriente Medio, incluidas las dos superpotencias, Estados Unidos y Rusia, aceptan que la coerción nuclear imponga su voluntad política a los países de Oriente Medio. 

Una decisión, en definitiva arriesgada por parte del presidente norteamericano, para abordar un problema estructural que sólo tendrá un desenlace positivo si las voluntades de los actores priorizan el bienestar de sus respectivas sociedades por encima de intereses personales, políticos, ideológicos o sectarios. Y eso pasa por el encaje geopolítico de Irán, de Arabia Saudí y de Israel en Oriente Medio y por el reconocimiento de sus respectivas áreas de influencia sin agresiones mutuas. 

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