Hace muchos años que dejó de importarme lo que la gente a mi alrededor pensara de mí. En realidad, nunca me importó porque nunca establecí mis relaciones personales sobre la base del reconocimiento de los otros. Los lazos que te unen a las personas que se cruzan en tu camino a lo largo de tu vida son intangibles, invisibles, van más allá de los convencionalmente establecidos por consanguinidad o familiaridad. Pero los sientes. Son cuerdas que te hermanan a personas dispersas por el mundo y con las que llegas a compartir momentos y sentimientos únicos, mucho más profundos incluso que los que te unen con aquellas personas que están a tu lado desde siempre y con las que no compartes prácticamente nada. En una sociedad acostumbrada a las apariencias, a mostrar una cara maquillada y un cuerpo perfecto, que da más importancia a cómo dices una cosa que a lo que en realidad dices, ser libre, coherente, responsable y con principios suena raro, muy raro... Y yo, que siempre tuve la sensación de pertenecer a otro espacio, otro tiempo, a otra familia, a otro entorno.. encontré finalmente mi alma gemela en ese pequeño gran país de Oriente Medio y en sus gentes: Israel.