Cualquier
Estado define su Política Exterior en
función de sus intereses nacionales, y en un mundo multipolar, donde proliferan
las Organizaciones Internacionales, lo normal es que también se tenga en cuenta
la relación que mantiene con estos actores que conforman el llamado Sistema Internacional. Todos los
Estados, democráticos o no, tienen una ideología o unas prioridades que
imprimen a su Política Exterior. Centrándonos en los Sistemas de Gobierno
propios de las democracias Occidentales, cuando un país quiere establecer unas líneas
de intereses fundamentales y duraderas en el tiempo, hablamos de “Política de Estado”, que no es otra cosa
que la necesidad de garantizar, más allá del gobierno de turno, las legítimas
aspiraciones de paz y seguridad de sus ciudadanos, así como las necesidades de
desarrollo político, económico y social que tiene el país. Cuando la Política
Exterior, de Defensa y de Seguridad no se modifica a golpe de discurso del
titular de turno, según el viento que sople o la pata ideológica de la que
cojee, y, salvo pequeños matices en los que todas las fuerzas políticas puedan expresar,
como es lógico, su discrepancia, la sociedad en su conjunto manifiesta su
adhesión, podemos decir que en ese país hay una Política de Estado en Política
Exterior.
En
España, nada aficionados a las Políticas de consenso, esa Política de Estado en
Política Exterior también se echa en falta. Es verdad que, desde la Transición,
y a medida que nuestro país salía del aislamiento y se integraba en los
Organismos Trasnacionales, se vienen articulando una serie de prioridades en
las áreas en las que, por necesidad, por vocación histórico-cultural o por cercanía
geográfica, tenemos una especial vinculación: Mediterráneo y Mundo Árabe,
Europa, América Latina y Estados Unidos. Pero una Estrategia Exterior Española plenamente consensuada con todas las
fuerzas políticas con representación parlamentaria aún es una entelequia. Porque
hay asuntos sensibles que no sólo no
ponen de acuerdo a las fuerzas políticas del mismo y de distinto signo, sino
que, para más inri, vertebran y dividen
drasticamente a la sociedad, sacando en los momentos de crisis lo más abyecto
que el ser humano tiene en su interior. Y el principal asunto sensible de nuestra Política Exterior es Israel: ese pequeño
país de Oriente Medio, de apenas ocho millones de habitantes y una superficie
menor que la Comunidad Valenciana, el único país democrático de la región, libre, garantista, culto, avanzado,
tecnológicamente puntero; un país donde las minorías
árabes musulmanas, cristianas, drusas o samaritanas, entre otras, son
ciudadanos de pleno derecho que viven con total libertad, un país que sería
ideal si no fuera porque… es judío, y he aquí su pecado. El único Estado judío del mundo y el único
Estado odiado por todo el mundo por el hecho de ser judío.