Poder nuclear, retirada de sanciones, levantamiento del embargo de armas, visto bueno al Programa balístico y de misiles, ningún control ni inspección sin previo consentimiento y una inyección de 140.000 millones de dólares a cambio de una mera declaración de intenciones para acabar con la guerra en Siria. Hay que ser masoquista o muy ingenuo para creer que aquel que brama despavorido por las calles de todo el mundo inofensivas consignas de “muerte a América” y quema tus banderas en un ejercicio de odio colectivo y rabia desatada contra Occidente en general, e Israel en particular, y que dedica pingües esfuerzos en financiar y exportar el terrorismo internacional, se vaya a conformar ahora con menos. Tras más de una década de negociaciones y de jugar al escondite con la legalidad internacional, el régimen teocrático de Irán ha sido gratamente recompensado. Para rematar la faena, lo único que le falta, en esta gran ovación de la vergüenza, es que el próximo noviembre el Comité noruego conceda el Nobel de la Paz al ministro de Exteriores Mohammad Javad Zarif, al presidente Hassan Rouhani o al propio Jatamí. Ya puestos a excentricidades múltiples, en este mundo que ya prácticamente no sorprende a casi nadie, que se lo den a los tres. No hay razón para no hacerlo: personajes de la talla de Ralph Bunche, los artífices del Pacto Briand-Kellogg, Henry A. Kissinger o el propio Yasser Arafat, cuyas manos no precisamente estaban rojas por trabajar la tierra, han ostentado el honor de estar entre esta élite que contribuye a la fraternidad entre las naciones, trabaja activamente por la reducción o supresión de ejércitos, o promueve la paz y los derechos humanos. El mismo Obama, tras recibirlo en 2009, se ha dedicado a hacerse el sueco, quizá porque es el único Premio de la saga de los Nobel que se entrega en Oslo y no en Estocolmo.
“La destrucción de Israel es una prioridad para el mundo musulmán”, ha declarado el propio líder espiritual de los iraníes, el ayatola Alí Jatamí apenas dos días antes de la firma del Acuerdo en Viena, curiosamente en el mismo hotel situado en la Plaza que lleva el nombre del fundador del sionismo - Theodor Herlz – y en el que Hitler se alojó tras anexionarse Austria en 1938. Ese mundo más esperanzador que se vislumbra, en palabras del Presidente norteamericano Barak Obama, es el mismo que probablemente anhelaba también el premier británico Chamberlain y sus colegas liberales cuando cedieron al chantaje de un Hitler que no escondía sus planes expansionistas y genocidas. Como tampoco lo ocultan los herederos del mesiánico Jomeini que hoy se divierten simulando matar judíos y destruir el único Estado democrático de la región a través de sofisticados videojuegos accesibles desde cualquier teléfono móvil. Eficaz propaganda de entrenamiento virtual y anestesia de voluntades mientras los Comandos especiales de Al Quds, las fuerzas de élite de la Guardia Revolucionaria Islámica, a las órdenes del santón de turno, extienden su idea distorsionada de la revolución y el martirio mediante el terror por los cinco continentes, operan desde bases consolidadas en más de 30 países, y son el principal elemento desestabilizador en América Latina y Oriente Medio. El ingenio antisemita de estos iluminados es un vicio, como antaño lo fue para esas bestias nazis, a las que los poderes occidentales también apaciguaron mientras creyeron que no interferirían en sus asuntos geoestratégicos, puesto que ayer, como hoy, la caza del judío no era asunto que preocupara mucho en las Cancillerías del mundo entero. La similitud entre aquellos acontecimientos ocurridos hace 77 años y las consecuencias que se pueden derivar en la actualidad y en un futuro no tan lejano de este Acuerdo, firmado el 14 de julio de 2015 entre Estados Unidos e Irán con la connivencia del resto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas más Alemania haciendo de consejeros del diablo, no es sólo la casualidad que nos muestran los archivos fotográficos de unos personajes de antaño y de ahora retratados en el mismo lugar y con las mismas poses, sino la del mismo error histórico que la política de apaciguamiento acaba de volver a cometer.
Factores económicos y diferencias en la percepción de las amenazas explican en parte la prisa por cerrar un capítulo incómodo para una Comunidad Internacional colapsada económicamente, que padece un serio déficit energético, con ganas de devolver a la superficie el contenido de unas relaciones que nunca se cortaron a pesar de las sanciones, y que, además de proporcionar cuantiosos beneficios a la industria de materiales y bienes de equipo de doble uso, es un factor de distorsión en sus relaciones con una comunidad musulmana – de origen o por conversión- fuertemente ideologizada, furibundamente anti-israelí, sesgada internamente, con dificultades para integrarse y acatar las normas de convivencia de las sociedades occidentales de acogida, cada vez más radicalizada y que no esconde su propia agenda de cambio de rumbo para Europa y el mundo. Imprudentemente apoyados por una sociedad civil que lleva al limite del paroxismo esa mentalidad progresista de autismo, tolerancia y comprensión hacia regímenes y credos totalitarios y violadores de los más elementales derechos humanos mientras reniega de sus raíces judeo-cristianas, la tragedia para el mundo libre es que los lobbies árabe e iraní se han instalado en las Administraciones de las Organizaciones Internacionales, de Estados Unidos, de América Latina y de Europa entera como un caballo de Troya en forma de asesores, empresarios, académicos, clérigos, formadores de opinión pública o incluso gestores de la cosa pública. Todo ello revestido de un tufo pro-palestino que esconde, en realidad, odio y prejuicio anti-judío. La existencia misma de la entidad sionista y su colapso es la razón de ser de cualquier régimen islámico, ya sea éste de la cuerda moderada pro-occidental, o radical y extremista. Occidente, que aún no ha digerido la idea de que los judíos sean responsables de su propia Seguridad y destino, ha optado por cambiar el equilibrio entre el progreso y la tradición que representa Israel y su propio legado histórico-cultural por un medievalismo psicópata idealizado por una visión hollywoodiense de paisajes, turbantes y jaimas.
Los israelíes siempre han dicho que un mal Acuerdo es peligroso, y aunque la sintonía con el primer ministro Benjamín Netanyahu no es precisamente excelente, puede que, al final, los líderes de Occidente, mal que les pese, cuando vean cómo todo Oriente Medio entra en una vorágine nuclear sin retorno, tengan que dar la razón a este estratega que demuestra que le importa más la Seguridad de su país y del mundo que el sillón de su despacho. Jugar con armas atómicas es inconsciente, peligroso y delirante, y es lo que acaba de sancionar el peor presidente que una superpotencia se puede permitir tener. Dos visiones - Oportunidad para la Paz o capitulación ante el terrorismo – que no son sólo cuestión de matiz. Cuando el repunte del antisemitismo está de nuevo en el nivel más alto desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y la amenaza existencial del Estado de Israel es más real que nunca, la única certeza para el único Estado judío del mundo es que los tiempos en los que los judíos eran el blanco impune de la ira mundial han terminado, y que hoy ningún alma judía permanecerá enterrada en una fosa anónima o se elevará al Cielo desde la chimenea de ningún crematorio.