A
falta de tensiones, conflictos, crisis, violaciones de derechos humanos y otros
asuntos que requieran la pormenorizada atención
de las Instituciones Internacionales, la Agenda diplomática parece estar recurrentemente condicionada por la necesidad de reconocer el Estado Palestino, en el convencimiento de que la
tensión que vive Oriente Medio pone en grave riesgo la Paz y la Seguridad mundiales, y de que la resolución del conflicto depende, a su vez, de reconocer
la identidad de un pueblo autóctono desplazado
de la tierra que hoy ocupa el Estado
de Israel.
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sábado, 8 de febrero de 2020
sábado, 15 de diciembre de 2018
Pérdidas inevitables.
Era un Viernes de Dolor, una fecha
significativa en nuestro calendario, y como hoy, también viernes, un día de
dolor más en el obituario israelí. El cielo amaneció soleado, y en el ambiente
se respiraba una brisa fresca de primavera que invitaba al recogimiento del
cuerpo y del alma. Recuerdo el intenso olor a comida que salía de las ventanas
abiertas de los dormitorios de una comunidad multicultural ajena a los
desvaríos de la real politik característica de sus países de
origen. Desde la terraza de mi Mehonot, la residencia de
estudiantes de la Universidad de Tel Aviv, podía ver a un grupo de jóvenes, que
todavía permanecían en las instalaciones, arrastrando sus maletas y mochilas.
Una imagen familiar y cercana, la misma que vemos a diario en cualquier campus
universitario del mundo. Abrazos, risas, apretones de manos, intercambio de
números de teléfono. Entraba el sabath y comenzaban las
vacaciones por Pesaj, la
Pascua judía que se celebra el 15 de Nisan,
el primer mes de su calendario lunar. Era la primavera de 1999 y
el Seder de ese año coincidía con el comienzo de la
Semana Santa cristiana. Normalidad dentro de la anormalidad. Porque a lo largo
de toda la semana se habían intensificado los ataques de mortero contra las
poblaciones del norte de Israel procedentes de la frontera sur del Líbano. Y
también las emboscadas contra unidades militares. Amal y Hizbollah eran
por entonces consideradas milicias según la Comunidad
Internacional, tan lenta en reflejos como parcial en sus condenas. El precio
que Israel pagaba para mantener a su población segura mediante el control de la
franja sur de Líbano a lo largo del río Litani era muy alto. Veinte años
después de la llamada Operación Litani, la sangría
entre sus fuerzas armadas era ya insoportable.
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