Cualquier Estado define su Política Exterior en función de sus intereses nacionales, y en un mundo multipolar, donde proliferan las Organizaciones Internacionales, lo normal es que también se tenga en cuenta la relación que mantiene con estos actores que conforman el llamado Sistema Internacional. Todos los Estados, democráticos o no, tienen una ideología o unas prioridades que imprimen a su Política Exterior. Centrándonos en los Sistemas de Gobierno propios de las democracias Occidentales, cuando un país quiere establecer unas líneas de intereses fundamentales y duraderas en el tiempo, hablamos de “Política de Estado”, que no es otra cosa que la necesidad de garantizar, más allá del gobierno de turno, las legítimas aspiraciones de paz y seguridad de sus ciudadanos, así como las necesidades de desarrollo político, económico y social que tiene el país. Cuando la Política Exterior, de Defensa y de Seguridad no se modifica a golpe de discurso del titular de turno, según el viento que sople o la pata ideológica de la que cojee, y, salvo pequeños matices en los que todas las fuerzas políticas puedan expresar, como es lógico, su discrepancia, la sociedad en su conjunto manifiesta su adhesión, podemos decir que en ese país hay una Política de Estado en Política Exterior.
En España, nada aficionados a las Políticas de consenso, esa Política de Estado en Política Exterior también se echa en falta. Es verdad que, desde la Transición, y a medida que nuestro país salía del aislamiento y se integraba en los Organismos Trasnacionales, se vienen articulando una serie de prioridades en las áreas en las que, por necesidad, por vocación histórico-cultural o por cercanía geográfica, tenemos una especial vinculación: Mediterráneo y Mundo Árabe, Europa, América Latina y Estados Unidos. Pero una Estrategia Exterior Española plenamente consensuada con todas las fuerzas políticas con representación parlamentaria aún es una entelequia. Porque hay asuntos sensibles que no sólo no ponen de acuerdo a las fuerzas políticas del mismo y de distinto signo, sino que, para más inri, vertebran y dividen drasticamente a la sociedad, sacando en los momentos de crisis lo más abyecto que el ser humano tiene en su interior. Y el principal asunto sensible de nuestra Política Exterior es Israel: ese pequeño país de Oriente Medio, de apenas ocho millones de habitantes y una superficie menor que la Comunidad Valenciana, el único país democrático de la región, libre, garantista, culto, avanzado, tecnológicamente puntero; un país donde las minorías árabes musulmanas, cristianas, drusas o samaritanas, entre otras, son ciudadanos de pleno derecho que viven con total libertad, un país que sería ideal si no fuera porque… es judío, y he aquí su pecado. El único Estado judío del mundo y el único Estado odiado por todo el mundo por el hecho de ser judío.
En general, y en nuestro país en particular, de Israel se valora su excelencia académica, su capacidad tecnológica y su modelo de crecimiento económico basado en I+D. Pero no se perdona su espíritu libre y creativo; su firmeza moral, la heterogeneidad de su gente y su fuerte sentido de pertenencia y cohesión nacional; la creencia en unos Principios éticos que en su día legó a la Humanidad y de los que hoy Occidente suelta amarras; su defensa a ultranza de la vida, propia y ajena; su firme propósito de sobrevivir y renacer de las cenizas; su firmeza a la hora de defender sus fronteras y la seguridad de sus ciudadanos; su capacidad de crear; su Esperanza, individual y colectiva… España, que durante siglos renegó de su pasado judío y hoy rentabiliza como reclamo turístico, quiere resarcir esa deuda histórica otorgando una nacionalidad puramente sentimental a los descendientes expulsados de Sefarad hace cinco siglos al tiempo que, desde el Ministerio de Exteriores, se califica de incidentes aislados el asesinato de algún que otro ciudadano israelí por secuestro y tortura, atentado terrorista o proyectil de cohete o misil con los que diariamente y a lo largo de diez años los chicos buenos de Hamas vienen interrumpiendo la vida cotidiana de las poblaciones del sur y del centro del país. Y descaradamente, el titular de la Cartera le pide una contención y proporcionalidad en la respuesta al Estado judío que ni siquiera considera para ningún Estado del mundo, incluido el nuestro. Exigencia de control, moderación, negociación y comprensión, como si de un regateo se tratara: Pase usted, señor terrorista - le falta sugerir a nuestro flamante ministro - que le invito a café mientras unos cuantos de los suyos salen por el agujero de mi jardín y deciden qué hacen con nosotros.
Al Estado de Israel, en continuo conflicto con su entorno más inmediato, sometido a auditorias casi diarias y al estridente sonido de una cacofonía de diatribas, injurias y prejuicios que recuerdan tiempos oscuros no tan lejanos, se le exige unos estándares internacionales de comportamiento imposibles de cumplir por ningún otro Estado ni Organización en el mundo. Si hoy en día no existe un Estado palestino es, entre otras muchas razones, porque los palestinos, que nunca han existido como pueblo y mucho menos han tenido un territorio sobre el que reivindicar un Estado nacional, ni siquiera han sido reconocidos como tales por sus hermanos árabes, cuyos Estados, que son tan arbitrarios y artificiales como la mayoría de los países que existen en el mundo, han venido boicoteando todas las posibilidades que se han planteado desde 1922. Recordemos que Jordania nació con el propósito de ser el Hogar Nacional árabe pegadito al Hogar Nacional judío. Los judíos de entonces accedieron a entregar una parte de lo que se conocía como la Palestina Histórica a los árabes – y no a los palestinos, como dicen, porque palestinos eran los árabes, judíos, cristianos y demás minorías que vivían en el territorio administrado por Gran Bretaña y que tenían ciudadanía palestina bajo pasaporte británico -, que siguieron armando jaleo en el interior de la Palestina judía y que provocaron una nueva partición del territorio – Res 181 de UN de noviembre de 1947 – que también fue rechazada con un no rotundo por el nacionalismo árabe. Lo que viene después es la invención y tergiversación de una historia derivada del resultado de ese primer no, porque entonces, como ahora, la razón primera y última para no llegar a ningún acuerdo es la negativa a reconocer el carácter judío del Estado de Israel.
Desde su nacimiento en 1948, el Estado de Israel sufre ataques terroristas en una escala sin precedentes (desde el norte, en el interior del país y desde los territorios en disputa de Cisjordania y Gaza), y en su corta vida ha padecido cuatro guerras en las que se ha jugado su supervivencia al ser atacado simultáneamente desde todas sus fronteras por los ejércitos de Egipto, Siria, Jordania, Líbano, Irak y los apoyos de Arabia Saudí, Yemen y Libia (1948, 1956, 1967 y 1973), dos guerras contra los grupos terroristas que operaban desde el Líbano (la OLP en 1982 y Hizbollah en 2006), dos intifadas perfectamente organizadas y financiadas desde el exterior (1987 y 2000), y tres guerras contra Gaza (2008, 2012 y 2014) en respuesta a los ataques terroristas y al lanzamiento de cohetes y misiles perpetrados por el grupo terrorista Hamas, rama palestina de los Hermanos Musulmanes, organizado, entrenado y financiado por Irán y últimamente también por Qatar. Esta es la organización yihadista y nacionalista que gobierna la Franja con mano de hierro desde que en 2007 emprendiera una cruenta lucha por el poder contra su rival Al Fatah, leal a la Autoridad Nacional Palestina. Más moderada, pero tampoco moco de pavo. Los más de 350 muertos e incontables torturados y desaparecidos en esta guerra fraticida no provocaron ningún revuelo internacional, a pesar de que la ONG Human Rights Watch y Amnistía Internacional ya venían denunciando desde 2002 graves violaciones a las leyes humanitarias. Como tampoco lo provoca ese genocidio incipiente, según la ONU, que parece que sobrevuela sobre los cristianos de Oriente Medio y las estampidas humanas que produce. 200.000 sólo en Irak.
Parece oportuno recordar que Israel se retiró unilateralmente de Gaza en 2005, desmantelando los 17 asentamientos, dejando más de 3000 invernaderos y centros de producción agrícola operativos y devolviendo la soberanía y control del territorio a la Autoridad Nacional Palestina. Invernaderos y centros que generaban beneficios y que nunca se utilizaron, porque fueron destruidos al tiempo que el último judío – había 8.500 - salía del territorio que había sido su hogar durante cuarenta años. Cuando el Estado de Israel se crea, no tiene ningún problema en integrar a los 100.000 árabes que se quedan para construir juntos su futuro. Hoy, el millón y medio de árabes israelíes – 1.656.000- representan el 20´7% de la población y gozan de todos los derechos y obligaciones, como cualquier otro ciudadano de Israel o de cualquier otro país democrático del mundo. No debería sorprender, aunque esa reciprocidad es impensable en la mentalidad árabe y musulmana, mucho menos entre el liderazgo palestino. Ni la ANP ni Hamas contemplan la más mínima posibilidad de que un solo judío pueda vivir dentro de sus territorios. Pero el primero es un Estado racista que practica la limpieza étnica y el aparheid y el segundo es progresista. Los 608. 200 judíos que a lo largo de la década de los 50 fueron expulsados de las tierras árabes en las que vivían desde hacía siglos, se integraron en Israel o en otros países occidentales, adoptaron la nacionalidad del país de acogida y no recibieron ningún tipo de reparación por las tierras y bienes que les confiscaron. En cambio, más o menos el mismo número de árabes que, después de la primera guerra árabe-israelí, abandonaron el territorio que quedaría bajo jurisdicción del Estado de Israel y huyeron hacia la Cisjordania ocupada por Jordania, Gaza – bajo control egipcio -, Siria o Líbano, se convirtieron, ellos y sus descendientes, en eternos refugiados, apátridas y sin identidad nacional ninguna gracias a la brillante idea de las recientemente creadas Naciones Unidas que, en lugar de dejar el asunto bajo la gestión de la Agencia General para los Refugiados – ACNUR -, que se ocupa de todos los refugiados del mundo, se inventaron una Agencia específica para los refugiados Palestinos - la UNRWA -. Las propias Naciones Unidas establecieron, por cuestiones ideológicas y políticas, la diferenciación entre estos refugiados business y el resto de los refugiados de clase turista. Y por eso hoy, como la condición de refugiado palestino se hereda e imprime carácter respecto del resto de refugiados del mundo, estamos en la surrealista cifra de cuatro millones y medio los descendientes de aquel puñado de huidos que se consideran los legítimos dueños del territorio que constituye el Estado de Israel.
Bien es sabido que los mitos sustentan la cosmovisión de un pueblo. Pero cuando un pueblo no tiene historia, porque no tiene pasado y se lo tiene que inventar, y cuando su identidad nacional se reafirma en la medida en que niega la existencia del contrario, entonces, no le queda otra que cohesionar su relato para hacerlo exportable y creíble. Y aquí, en la guerra propagandística, han ganado la batalla. El mito del bloqueo, como el de la ocupación, efectivo sólo para el tráfico de armas, los materiales de doble uso y la transferencia de sueldos a los funcionarios de Hamas, surge de la imposibilidad del liderazgo palestino, fuertemente fraccionado y condicionado ideológicamente, de asumir el riesgo de construir las bases de un Estado que garantice la prosperidad y seguridad para su pueblo sobre las bases del respeto, la reciprocidad y la libertad. En lugar de ello, la ingente ayuda internacional – 10.000 millones de dólares desde 1993 sólo de España - se ha desviado vergonzosamente para tejer todo un entramado de corruptelas, mejorar la capacidad operativa y armamentística de las milicias, adoctrinar a las nuevas generaciones en el odio enfermizo hacia Israel y los judíos, ganar tiempo y fortalecer los vínculos internacionales que desestabilizan la región. Cerrar una frontera por motivos de seguridad no es sólo legítimo, sino una práctica que está al día en cualquier otra parte del mundo. Egipto lo hace cada vez que atisba que peligra su seguridad, y parece que a nadie le ha molestado. Gaza, con una población de 1.800.000 personas y una densidad de 4.167 hab/km2 concentrada fundamentalmente en barrios convertidos en fortalezas por Hamas, como Shujaiya, Beit Hanoun o Beit Lahiya, no es ninguna cárcel, ni ninguna ratonera, ni un gueto, ni un territorio bloqueado, sino subvencionado. Por la Comunidad Internacional y por el propio Israel, que envía una media de 100 camiones diarios con combustible, alimentos, material sanitario y material de construcción para suplir las necesidades básicas de la población. Los pasos de Erez y Rafah no se han cortado, ni siquiera en medio de la tensión, y sólo por el cruce de Kerem Shalom, desde enero de 2014 al mes de julio, han pasado 4.680 camiones con 181.000 toneladas de mercancía.
Israel es vapuleado hasta el extremo de que su derecho a la autodefensa es cuestionado por una Comunidad y una opinión pública Internacional que deslegitima su existencia misma y que pervierte diabólicamente los términos genocidio, asesinato, crimen de guerra, violación del Derecho Internacional… en un doble lenguaje y una doble moral que no menciona ni por asomo escenarios donde sí se cometen esas atrocidades, como son Irak, Siria, Mali, Libia, Somalia, Congo, Sudán, Camerún, Nigeria, Mauritania, Yemen, Angola, Afganistán, Pakistán y un largo etcétera, o realiza suculentos negocios con países que soportan y financian el terrorismo y son símbolo evidente de progresía y respeto de los derechos humanos – Irán, Arabia Saudí, Qatar, Libia o Venezuela - por el mero hecho de que sus representantes cobran el sueldo de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El asesinato de 50 cristianos, quemados vivos, por el grupo terrorista Boko Haram, mereció en su día un breve comunicado del Ministro de Asuntos Exteriores español en el que se calificaba de “deleznable ataque terrorista” semejante ignominia. Todavía no se ha pronunciado por el genocidio – y esto si lo es – que el Estado Islámico, en su delirio de crear un califato universal, está cometiendo en Irak contra los cristianos y contra la minoría Yazidi. El día que la Comunidad Internacional reaccione a esta barbarie lanzará canicas desde 3.000 metros de altura contra un grupo de terroristas desperdigados – a los que no verá ni con prismáticos – alrededor de un pozo de petróleo. Si para las Naciones Unidas y para el ministro español, José Manuel García Margallo, la Operación Margen Protector en Gaza ha provocado una crisis humanitaria sin precedentes en la historia, con unas cifras de 1.800 muertos aportadas por el Servicio de Salud de Hamas y en las que no distingue civiles de combatientes, es de entender que, además de ignorancia, su silencio ante los 2.000.000 de refugiados sirios – el 11% de la población del país –, el 1.000.000 de iraquíes desde enero o los 50.000 Yazidies de esta última semana, obedezca a la profunda conmoción que le ha debido producir, y que le ha dejado sin palabras ni calificativos.
El sufrimiento de la población civil, de cualquier parte del mundo, merece ser denunciada, como no podía ser de otro modo. La Operación Margen Protector ha causado un daño muy importante a las infraestructuras civiles en Gaza. Y es evidente que las llamadas medidas pasivas – barreras en los caminos, toques de queda, cerca de seguridad – acarrean trastornos en la actividad cotidiana de la población palestina. A pesar de todo, hay pocos Estados en el mundo que hagan frente al combate del terrorismo manteniendo un sólido equilibrio entre la necesidad de garantizar la Seguridad y protección de su población civil y la convicción de que no debe, bajo ningún concepto, pervertir sus valores democráticos y sus libertades. Sus Operaciones militares comienzan siempre cuando ya la situación se hace insostenible para la población israelí, que vive diariamente sometida al lanzamiento continuo de cohetes o misiles desde Gaza, temporalmente desde el sur del Líbano por Hizbollah o expuesta al goteo de atentados, escaramuzas o agresiones desde Cisjordania y reivindicadas en nombre de las Brigadas de Al-Aksa, Brigadas Al-Quds, Tanzin, Ezzedin Al-Kassam y toda la variedad de grupos terroristas avalados y consentidos por la propia Autoridad Nacional Palestina, algunos de ellos ligados a Al-Fatah, el partido moderado del Presidente Mahmoud Abbas y con el que la Comunidad Internacional tiene tanto feeling. Me temo que el Ejército de Israel es el único que trata de minimizar las bajas, alertando al enemigo del momento preciso en el que pretende lanzar una operación en la que puedan verse involucrados civiles. Por el momento, no hay constancia de que ningún otro ejército en el mundo avise por radio o por teléfono, que lance octavillas desde el aire, que desvíe el lanzamiento de un misil o aborte una operación ya en marcha si hay civiles en el campo de tiro, o que establezca hospitales de campaña para atender in situ a los heridos de cualquier bando y derive a sus propios hospitales a la población de unos territorios autónomos rehenes de una ideología criminal. Madres que manifiestan su agradecimiento a los doctores israelíes que han salvado la vida de sus hijos…porque así podrán convertirlos en shajids – mártires -. Cultura de la vida frente a otra que santifica la muerte. Crear el Paraíso en la Tierra o en la estratosfera con vírgenes permanentemente recicladas para atender las necesidades de tanto desviado. Civiles utilizados vilmente como escudos humanos por sus propios dirigentes, en una estrategia deliberada para prolongar el conflicto. La lectura del manual de guerrilla urbana, de las Brigadas Shujaiya es sumamente instructiva a la hora de explicar cómo utilizar los civiles de Gaza contra Israel y rentabilizar a su favor la opinión pública internacional. Los medios de comunicación y toda la Comunidad Internacional, por acción, omisión, interés y convicción, han traspasado, con una virulencia inédita, la barrera de lo moralmente aceptable de la legítima crítica hacia las decisiones de un gobierno democrático, y se han convertido en la correa de transmisión de un grupo terrorista y de la ideología de odio que la sustenta.
Porque las imágenes de niños y mujeres palestinos sepultados bajo los escombros de una vivienda, un hospital, una ambulancia, una mezquita o una escuela, destruida por un misil israelí, vende. Aunque esas fotos sean antiguas o pertenezcan a otros conflictos y hayan sido deliberadamente manipuladas. En cambio, conscientemente se obvia el almacenamiento de arsenal militar en los sótanos de estos edificios, el lanzamiento de misiles desde estos lugares, su conocimiento por parte de la población civil, de la prensa internacional, de la UNRWA y de la Cruz Roja; se obvia la utilización de las ambulancias de la Cruz Roja y de las furgonetas de la ONU para transportar, ocultar o salvar la integridad física de los terroristas y los combatientes; se obvia el apoyo logístico que brindan las numerosas oficinas de la ONU, Cruz Roja y todas las Organizaciones Internacionales que trabajan en pro de los derechos humanos en la Franja; se obvia la existencia del entramado de túneles del terror que horadan el subsuelo de Gaza como si fuera un queso gruyere o un plano de metro; se obvia que cada uno de ellos cuesta 3 mil millones de dólares, que se han descubierto 32, y que se han construido a lo largo de diez años, a cielo descubierto, ante la presencia, complicidad y silencio de toda la población civil; se obvia que ha tenido que ser necesaria la participación activa de la población civil porque estos túneles tienen su origen en el interior de infraestructuras civiles, detrás del mueble de una cocina, bajo la cama en la habitación de un niño, bajo el inodoro de un baño…; se obvia vilmente el número de víctimas israelíes – 64 militares y 3 civiles - y la tensión que vienen soportando a lo largo de estos diez años de no presencia israelí en Gaza, simplemente porque, en el ideario colectivo, son colonos, enemigos, sionistas, usurpadores o agentes de Israel. A los palestinos, Israel los mata impunemente y comete “crímenes de guerra” y “crímenes contra la humanidad” y es susceptible de ser enjuiciado por el Tribunal de Derechos Humanos, mientras que los civiles israelíes, sencillamente, se mueren. De una manera mezquina y maniquea, en este pervertido mundo al revés, el terrorista se convierte en víctima, y el Estado agredido que se defiende, en verdugo. Proporcionalidad en términos diplomáticos, que no es otra cosa que los buenos y los malos se miden, no por su catadura moral, sino por la cantidad de muertos que aportan.
En esta guerra entre Israel y Hamas, la reacción histérica y virulenta de la Comunidad Internacional, los medios de comunicación y la opinión pública mundial contra Israel y el pueblo judío, pone de manifiesto que ese odio ancestral ni se ha erradicado ni ha mutado, y aun peor: que esa distorsión tan acusada obedece, además, a un plan premeditado que ha dado frutos, y en el que España tiene mucho que ver. Nuestro país ingresó en Naciones Unidas en 1955 gracias al compromiso que adquirió de influir en el comportamiento de las naciones amigas – primero América Latina y después en Europa – en beneficio de los intereses árabes, de defender la causa palestina y de no establecer relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. Compromiso a cambio de mejores condiciones en las relaciones comerciales y en el precio de los hidrocarburos, pero también de un impulso de la marca España que derivó, al final, en una alianza permanente y en bloque. Como en Fuenteovejuna, España se aseguraba el voto afirmativo del llamado grupo de Países No Alineados y correspondía con reciprocidad meridiana, sin cuestionamiento ético o moral, a las propuestas que el bloque planteaba. Un chantaje inaceptable para cualquier otro país, que España acomodó y revistió de progresismo a medida que adquiría visibilidad internacional y sorteaba como podía la traición a sus amigos árabes tras normalizar sus relaciones diplomáticas con el Estado de Israel en 1986, condición sine qua non para ingresar en el selecto club europeo.
Política del palo y la zanahoria a partir de entonces, y pretensiones de mediador frustrado fuertemente condicionado por una ideología antijudía y pro árabe que ha permeabilizado ya todas las capas de la sociedad civil, desde el Servicio Exterior, las altas esferas del Estado y los partidos políticos de todo signo, a las Instituciones académicas y educativas, gracias al intercambio académico, a la presencia e interacción de una comunidad musulmana amplia procedente de la inmigración, la conversión al islam cada vez más numerosa, el papel de los medios de comunicación, a la confluencia de intereses económicos, las gestiones de nuestra monarquía y al blanqueo del rigorismo religioso que deja divisas en nuestras costas, se viste de revolucionaria y antiimperialista, compra nuestros activos y stocks inmobiliarios, construye imponentes mezquitas, patrocina fundaciones, campamentos o clubes de fútbol, o idiotiza conciencias a través de modernos canales de televisión. Recuperamos la cultura de nuestros judíos y mantenemos relaciones muy ricas con Israel, al tiempo que potenciamos y ofrecemos a Arabia Saudí, Qatar, Emiratos o Turquía la posibilidad de influir de forma más activa en los asuntos relacionados con Oriente Medio y el Norte de Africa, aseguramos la continuidad de sus regímenes frente a los movimientos desestabilizadores, o les abrimos mercados y conciencias en América Latina y Europa. Criticamos la política de asentamientos israelí, les negamos su derecho a defenderse, les interrumpimos la ridícula venta de armas que no necesitan, emitimos nuestro voto favorable para que Palestina entre como Estado No Observador en la ONU y abrimos un Consulado Honorario en Gaza, al tiempo que armamos hasta los dientes a la oposición siria involucrada en actos de genocidio contra las fuerzas gubernamentales y los cristianos, comprendemos las necesidades nucleares de Irán, apostamos por el diálogo con Hamas o Hizbollah – financiados por nuestros amigos qataríes e iraníes -, y hacemos la vista gorda ante el nepotismo y la corrupción tan descarada del liderazgo palestino. En un momento de crisis económica especialmente acuciante y con proyectos de inversión superiores a 10.000 millones de euros, el Estado de Israel no es un socio estratégico a tener en cuenta ni los judíos potenciales suicidas a los que hay que temer.
Hace apenas setenta años, el mundo que miró para otro lado y cruzaba los dedos mientras Hitler exterminaba a los judíos de Europa, hizo el paripé de sentar en el banquillo de los acusados a cuatro jerarcas nazis a los que ni siquiera condenó por los crímenes cometidos contra los judíos. El Tribunal Militar de Nüremberg se limitaría a recordar que “los crímenes más numerosos y salvajes” se habían “perpetrado contra los judíos”, sin aceptar la noción de un plan de exterminio institucionalizado contra ellos. La persecución de los judíos sólo ocupó 16 de las 190 páginas de la Sentencia, lo que explica el vehemente deseo de la Comunidad Internacional que nacía de pasar página y sepultar ese pequeño incidente ocurrido en el marco de una guerra global. Hitler había muerto, sus seguidores reinsertados en la vida civil y el Estado judío recientemente creado no duraría lo suficiente como para dar problemas. Afganistán, Argelia, Bangladesh, Egipto, Camboya, Corea del Norte, Guatemala, Irán, Irak, Nigeria, Sudán, Pakistán, Senegal, Siria, Mali, Sierra Leona, Uganda, Costa de Marfil, República Centroafricana, Camerún, Yemen, Emiratos Árabes Unidos o República Democrática del Congo, son sólo unos pocos de la lista de países que tienen la desfachatez de estar comprometidos en la prevención y sanción de delitos de genocidio y de ser parte de la Corte Penal Internacional o de integrar el Comité de Derechos Humanos de la ONU. Con el arengo de Europa, más preocupada en cuadrar caja que de recuperar el sentido de una Civilización que agoniza.
Setenta años después, la semilla del odio y la envidia que aupó a Hitler al poder ha vuelto a germinar de la mano de una ideología religiosa fanática que quiere aniquilar nuestra libertad y nuestro modo de vida, y aquellos que no lo quieren ver, incluido nuestro Gobierno, comete traición, no sólo con la memoria de los once millones de personas víctimas de la aberración nazi, sino también con el Estado de Israel, socio leal y único país que no tiene ningún complejo en defender sus fronteras, sus valores y sus ciudadanos de la tiranía que representa un proyecto político totalitario, fanático y genocida en potencia. Porque, que no le quepa ninguna duda a nuestro ministro Margallo, Israel es la china en el zapato del Islam, pero después vamos nosotros, los frikis liberales despreocupados, hedonistas, tolerantes y soñadores con las fantasías hollywoodense ambientadas en las maravillas de las mil y una noches. España seguramente se gane un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU el próximo otoño, pero ha vuelto a perder su dignidad.
excelente!!!!
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