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sábado, 7 de enero de 2023

Las fisuras por las que supura el antisemitismo

 La Memoria se alimenta de la Historia. El Libro de los Recuerdos sigue abierto, y el pueblo judío, disperso por todos los rincones del mundo, es la mano que sujeta la pluma. En el día más especial del año, de ayuno y reflexión, de crecimiento y purificación, Israel cierra su espacio aéreo y las calles vacías de tráfico y transeúntes nos recuerdan a los días de confinamiento por la pandemia del covid19. Pero Yom Kippur no es el nombre de ningún virus, sino el del día más solemne de cierre de un calendario de diez días extremadamente santos que tiene lugar al anochecer del noveno día del mes de Tishrei según el calendario hebreo – del 3 al 4 de octubre -. 

Perdonar para que el dolor del pasado no arrastre el presente y lastre el futuro, pero también porque el dolor envenena nuestra mente y nuestra alma, y nos impide regocijarnos del regalo de estar vivos. Un alma esclava del rencor es un alma prisionera. Acto de confesión individual, pero también colectiva. 

Un hombre rencoroso, una nación rencorosa, no avanza. Quizá por eso, desde los tiempos inmemorables, el pueblo judío, a través del simbolismo del ayuno y la expiación, ha cerrado el círculo del dolor y ha emprendido el camino de la liberación por medio de la cura del perdón. No se trata sólo de revisar una conducta. Sin ese diálogo con Dios, sería imposible explicar la forma que tienen de afrontar y dar la mano a quien quiere aniquilarte de una manera inmisericorde desde el comienzo de los Tiempos, mutando las razones y el modo para hacer conveniente un prejuicio que se antoja desproporcionado, subjetivo y muy selectivo. Incluso ahora, cuando existe un santuario – el Estado de Israel – donde escapar y estar teóricamente a salvo de ese sentimiento insano. Porque el antisemitismo, representado hoy en los boicots económicos, el terrorismo, los actos vandálicos o las maniobras diplomáticas, avanza como una mancha por todo el mundo, - incluso en el llamado democrático y civilizado -, y la violencia interna se intensifica al tiempo que Israel amplía su presencia estratégica en la región y desarrolla sus capacidades ofensivas y defensivas en colaboración con gobiernos que hasta ahora parecía impensables.  

Han pasado ya tres meses desde la Fiesta del Perdón y los israelíes se han vuelto a poner a prueba. Campañas de intoxicación y propaganda, hostigamiento a la población, ensalzamiento del terrorismo, ataques con piedras, cocktail molotov, explosivos, armas de fuego o apuñalamientos. La violencia palestina en 2022, en cifras, ha dejado un saldo  de 31 israelíes asesinados y 734 heridos, pero también una sociedad profundamente dividida. El 1 de noviembre, la ciudadanía viraba electoralmente al centro-derecha al apostar por una coalición más estable de 64 diputados – en la que se integran los haredies y la derecha nacionalista religiosa - , liderada por un Benjamin Netanyahu que regresaba a la primera línea de la política, tras el paréntesis de la coalición Bennett-Lapid-Gantz, prometiendo gestionar de forma más eficiente las cuestiones de Seguridad y su relación con los palestinos. Pero sobre todo, asumiendo el mensaje de garantizar el interés nacional por encima de la subordinación a los intereses de Washington o a cualquier otra consideración de apaciguamiento a una Comunidad Internacional que les es hostil, y que no disimula, ni su guerra contra la identidad y la soberanía judía en la región, ni su indulgencia hacia una causa palestina irreal diseñada para mantener activo un enfrentamiento deliberadamente inflamado.

Esperanzas de paz frustradas ante la constatación de la falta de voluntad de querer compartir cualquier parte de tierra con los judíos, y baño de realidad de una población cansada de asumir los elevados costes en vidas de lidiar entre la negociación y la confrontación. Polarización también interna, riesgos de fractura social y acusaciones de querer restringir derechos civiles ante el negativo impacto que en la población está teniendo las demasiadas concesiones a los nuevos socios de gobierno, no sólo en carteras ministeriales, sino también en compromisos sobre medidas específicas para favorecer a sectores muy minoritarios del espectro ultraortodoxo en detrimento de la mayoría de la población. Atisbos de reformas legales planificadas que suponen una quiebra del sistema constitucional del país según sus críticos, y decisiones personales de miembros del nuevo gobierno que impactan por la alta sensibilidad de una simbología que se presta a un análisis político con diferentes puntos de interpretación.

Israel sabe que juega en la liga de los equilibristas en la cuerda floja, y que cualquier movimiento es interpretado con los ojos del que mira a través de un caleidoscopio. La visita del ministro Ben Gvir al Monte del Templo, el lugar más sagrado para el pueblo judío, bajo soberanía israelí pero sometido a un status quo utilizado por la Autoridad Palestina para vetar la presencia judía en la zona, ha roto las fisuras por las que supura el antisemitismo. Y porque el contexto importa y son las palabras las que transmiten la Historia, en este punto de inflexión para avanzar hay que arriesgar. Apartheid, ocupación, colonos, provocación, ofensa… son términos que diluyen intencionadamente la conexión de los judíos de la tierra y los lugares de la que son parte y en torno a los cuales gira su cultura y su fe. Israel perdió la guerra de la narrativa en el mismo momento en el que aceptó sucumbir al chantaje de una Autoridad Palestina hiperventilada política y económicamente a nivel internacional y que amenaza constantemente con desencadenar olas de violencia cada vez que se siente frustrada. 

Los Acuerdos de Abraham han marcado el comienzo de un capítulo nuevo en la historia de Oriente Medio. No sólo formalizaron unas relaciones cordiales que ya existían desde hacía años con los países del Golfo, sino que sacaron de la ecuación de la paz a los palestinos. Estamos, por tanto, ante una realidad nueva en la que los palestinos ya son secundarios en la agenda internacional y regional. Los sucesivos gabinetes israelíes, conscientes de que hay fuerzas aún más extremistas en el campo palestino – Hamas, Yihad Islámica -, han cooperado con la Autoridad Palestina para evitar su colapso. El nuevo gabinete, dispuesto a frenar la campaña contra Israel a nivel internacional y la violencia interna, no está comprometido con seguir fortaleciendo una organización que incita al terrorismo y a la que considera enemiga. A Mahmoud Abbas no le queda mucho tiempo – por edad y salud - y si no es capaz de asumir un liderazgo pragmático y aprovechar las oportunidades que los nuevos socios de Israel, en el marco de los Acuerdos de Abraham, le ofrecen para avanzar en la transformación hacia un Orden Económico y de Seguridad integrado y estable, el nuevo gabinete israelí no tendrá ningún reparo en permitir que la Autoridad Palestina colapse, aunque eso signifique que el campo palestino se enzarce en una guerra civil por el liderazgo y se diluyan, para siempre, los sueños de una nación independiente junto a Israel. La palestina es una sociedad rencorosa que no avanza. Perdonar para que el dolor del pasado, que lastra el presente, no arrastre el futuro, y reconocer que la Memoria que alimenta su Historia está distorsionada, debería ser el último acto de reconciliación y amor por su pueblo de un hombre que está a las puertas de atravesar el umbral del Más Allá.      

domingo, 19 de septiembre de 2021

El amanecer de la Paz.

 

Hay efemérides que pasan desapercibidas, otras que son significativas, y algunas que dejan una huella profunda, en el corazón y en la Historia, sobre todo si el hilo que las teje son acontecimientos o personajes extra temporales que llaman a la conciencia universal y observan, desde las profundidades de los secretos diplomáticos, la evolución de una región tan nombrada como poco conocida. 

Cuando en 1993 Simon Peres, entonces Ministro de Asuntos Exteriores, se refería a los Acuerdos de Oslo como el amanecer de la paz, y avanzaba su propuesta de desarrollo para un Nuevo Oriente Medio camino del siglo XXI (Shimon Peres, Oriente Medio, Año Cero. Grijalbo, 1993), este visionario personaje que se definía a sí mismo como hijo de una generación que perdió un mundo y se puso a construir otro, ya sabía que la línea divisoria de la historia de Oriente Medio se trazaría entre los valientes que ya estaban maduros para el cambio que se avecinaba y los que perderían la oportunidad de construir un mundo nuevo más justo, manteniéndose incapaces de dejar atrás las sombras del pasado y cambiar las imágenes estereotipadas contra el adversario. Un 21 de junio de 1997 tuve el privilegio de conocer en Madrid a este ser entrañable con el que traté en tantas ocasiones cuestiones livianas de índole personal y grandilocuentes de Política con mayúsculas mientras imaginaba un futuro mejor para árabes y judíos. Un 15 de septiembre de 1998, recién llegada a Israel, me recibía en su despacho del Peres Center for Peace en Tel Aviv. En mi cuaderno de notas que aún conservo apunté unas palabras proféticas: en veinte años, Israel será una realidad reconocida y aceptada en la región. Los beneficios con los países del Golfo abrirán la puerta del entendimiento y la cooperación mutua en otras regiones. Pocas personas han dejado una huella tan profunda en mi carrera y mi existencia como él. Efectivamente, aunque el corazón del Presidente de Israel dejaba de latir un 26 de septiembre de 2016,  no se equivocó. Veinte años después de aquella profecía, el 15 de septiembre de 2020 la imagen icónica de la firma en la Casa Blanca de los llamados Acuerdos de Abraham cambiaba la perspectiva de gran parte de Oriente Medio. 

Un año después de la normalización de relaciones diplomáticas entre Israel y los países árabes del Golfo – Emiratos Árabes Unidos y Barhein -, Marruecos y el acercamiento a Sudán, el mundo mira con relativo optimismo esta experiencia diplomática, impensable hace sólo una década, para tratar de resolver los conflictos internacionales que permanecen estancados y los desafíos que enfrenta una Organización Internacional, como las Naciones Unidas, criticada, no sin razón, por inoperante, innecesaria y, en algunos casos, hasta contraproducente. Oriente Medio tiene su ritmo y es necesario conocerlo y respetarlo. Unidos por las oportunidades regionales y la necesidad de combatir las amenazas conjuntas, pero también por la búsqueda de la estabilidad y el desarrollo con un Israel que es parte del nuevo orden regional que se vislumbra, y que se materializa en gestos tan elocuentes como la revisión y eliminación de contenidos antisemitas y hostiles en los libros de texto de países tan significativos como Arabia Saudí, Marruecos, Omán, incluso Sudán y Qatar, en el restablecimiento y visibilidad de comunidades judías en Emiratos Árabes Unidos o Barhein o en el levantamiento del veto a los pasaportes israelíes por parte de Bangladesh. Una nueva realidad que promete más prosperidad, que se ha sellado con más de cuarenta Acuerdos bilaterales en ámbitos sectoriales concretos – Alta Tecnología, medicina, cultura, ciencia, economía o turismo - y que contrasta con la anomalía del régimen iraní de los ayatolás, implicado en actos subversivos en toda la región y empeñado en fomentar el odio y el enfrentamiento entre dos pueblos con fuertes vínculos históricos y que en el fondo anhelan la paz y la prosperidad. 

Si el impulso del ex presidente Donald Trump hizo posible que los hijos de Abraham se reencontraran, el legado del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden debiera ser, como señalan los analistas Victoria Coates y Len Jodorkovsky (The Jerusalem Post, febrero de 2021), servir de puente entre los pueblos de Irán e Israel y acercar ambos países hacia la normalización en una reconfiguración de Oriente Medio donde la actual competición con las otras potencias en liza – Rusia, China, Turquía – ofrece oportunidades para cambiar el curso de la Historia mediante la cooperación. El coste de la guerra ha sido demasiado alto y el potencial de los beneficios del cambio relegan al activismo palestino al trauma congelado de un discurso anacrónico que ya no ocupa el centro del proceso de paz entre Israel y el mundo árabe.