lunes, 23 de octubre de 2023

La trampa de Hamas

 

A las 6:30 de la mañana del sábado 7 de octubre de 2023, la población israelí se despertaba con el sonido de las alarmas antiaéreas que alertaban del lanzamiento de cerca de 5000 cohetes y misiles disparados desde la Franja de Gaza. Israel está acostumbrada a vivir situaciones de tensión con sus vecinos y episodios de violencia intermitente. Su población es resistente y resiliente, lo viene demostrando desde que hace ya 75 años se creara su pequeño Estado en medio de un universo geopolítico – Oriente Medio - complejo. Los Territorios de Cisjordania y Gaza, ocupados o en disputa según las narrativas, son fuente de tensión creciente. La Franja de Gaza es una zona especialmente caliente, y el lanzamiento de misiles, globos incendiarios o actividades de protesta en la frontera que terminan en disturbios son asuntos que los gobiernos israelíes tratan de gestionar como problemas de Seguridad interna, contando, en los momentos más graves, con las autoridades egipcias para que medien entre los líderes de Hamas – la organización que gobierna la Franja desde 2007 - y otras organizaciones paramilitares y terroristas que disputan su influencia, para la desescalada de las hostilidades.

Como parte de la campaña de incitación de Hamas, y los intentos por despertar a los escuadrones durmientes en Cisjordania – gobernada por la Autoridad Nacional Palestina - para que realicen acciones de venganza, esta organización político-paramilitar considerada terrorista por diferentes países, entre ellos Estados Unidos y la Unión Europea, viene desarrollando una narrativa, a través de su sistema de propaganda, en la que mezcla, de manera eficaz para su público, los aspectos religiosos de un iluminismo mesiánico que sitúa a Palestina en la esfera de la conciencia, con el aspecto más político y terrenal de la lucha contra lo que considera la ocupación y la protección del honor de los musulmanes. Mesianismo, venganza y honor, en un cocktel mortal que engancha a los occidentales a la causa palestina por medio de la interpretación idílica de una idea de resistencia vinculada a causas supuestamente humanitarias y anticolonialistas.

Ya en 2021, el que fuera el portavoz del ala militar de Hamas, el Jefe del Estado Mayor, Muhammad Daf, decía en un mitin público que Hamas mantendrá su promesa e Israel pagará un alto precio por sus acciones. Khaled Mashal, el líder fundador, llamaba a la yihad global contra Israel, el pueblo judío, los Estados Unidos y los simpatizantes de los sionistas.  Cuando un grupo terrorista o una organización salafista amenaza hay que creerle, y el liderazgo israelí, ensimismado en su crisis política interna y en la gestión de las actividades antiterroristas en Cisjordania, quizá se confió demasiado en la sofisticación tecnológica de la valla de Seguridad de Gaza y en que el permiso de entrada a 20.000 palestinos de Gaza al día para trabajar en las comunidades cercanas les permitiría mejorar sus condiciones económicas y, por tanto, desactivar sus motivaciones para enfrentarse militarmente de nuevo a Israel.

Pero Hamas ha jurado aniquilar al Estado de Israel. Lo dice su Carta Fundacional y lo repiten sus líderes. Para el integrismo islámico Israel, un Estado judío, mancilla las tierras del islam. Para los movimientos occidentales llamados progresistas, Israel es el ilegítimo ocupante de una tierra arrebatada. Para las grandes potencias, Oriente Medio es un tablero, y el conflicto palestino-israelí las piezas intercambiables de un juego en el que las vidas no merecen valoraciones geopolíticas altruistas. De ahí los llamamientos a la contención frente a la respuesta que se prevé por Israel y la tibieza y de la condena del terrorismo de Hamas, pese a que la misma organización reveló el alcance de la barbarie en una serie de videos que fue publicando en varios canales y en las redes sociales. Responsabilidad compartida, también de los medios de comunicación, que presentan un ángulo mediático con fallas éticas que caen en la desinformación y en la invisibilidad de las principales víctimas, los civiles israelíes, objeto directo y deliberado de un ataque que cogió a Israel por sorpresa. Porque las palabras importan, precisamente porque establecen el marco mental y moral del discurso y la comunicación.

El mito que vende de forma explícita Hamas, pero en realidad comparte toda la constelación de liderazgos palestinos que se disputan el control de la causa, de que hay una nueva generación palestina que lucha por Jerusalén y por Al-Aqsa, es lo que el mundo descubrió con estupor y horror, al menos la parte menos contaminada ideológicamente, el sábado 7 de octubre cuando entendió que el lanzamiento de misiles no era sino una operación de distracción que ocultaba la incursión, en territorio israelí, por aire, tierra y mar, de las unidades paramilitares de las Brigadas Ezzedin Al-Qassam con un propósito aterrador. El brazo militar del Movimiento para la Resistencia Islámica, más conocido como Hamas, tras romper las barreras de Seguridad y matar a los soldados de las bases militares próximas, se infiltraban y dispersaban, en una operación perfectamente planificada y estructurada en tiempo y recursos, en el interior de Israel, sembrando un terror sin precedentes entre la población civil y militar de dos ciudades y 22 comunidades agrícolas – kibutzim- del sur del país. Miles de terroristas asesinaban, de la manera más salvaje como no se recordaba desde las matanzas de judíos en Europa del Este durante el holocausto, a más de 1400 israelíes en el corto espacio de unas horas, dejaban más de 3000 heridos y secuestraban a más de 200 mujeres, ancianos y niños para ser llevados como rehenes a Gaza. Los vídeos difundidos por Hamas, en un juego psicológico que recordaba al Estado Islámico o Daesh, no dejaban duda alguna del marco ideológico en el que se sitúa un conflicto que es religioso para los fundamentalistas islámicos, por más que nos empeñemos desde la racionalidad occidental en explicarlo desde la perspectiva estrictamente política. Rehenes para conseguir réditos políticos, como instrumento de guerra psicológica y para utilizarlos como escudos humanos, la narrativa deshumanizadora de Hamas enfrenta al Estado de Israel al dilema de ser fuertes y valientes en el plano militar para responder a la amenaza planteada a su Seguridad y erradicar las capacidades operativas de Hamas, pero también en lo moral y lo espiritual, conservando las limitaciones que le impone el Derecho Internacional y su propia tradición de respeto a la vida. Israel no está preparada para una guerra larga, menos ahora con una población traumatizada y con la necesidad de no perder la batalla del relato ante una organización terrorista que sabe manejar muy bien los tiempos del victimismo a su favor y una opinión pública internacional volátil en los afectos.

Caer en la trampa de Hamas con una incursión terrestre a gran escala en Gaza puede costar un número de víctimas insoportables: para Israel, que gestiona cómo reponerse de la pérdida y de la sensación de vulnerabilidad, y para los civiles palestinos, utilizados como escudos humanos por sus dirigentes, que no dudan en convertir centros civiles en objetivos militares. Dado que Hamas sitúa la infraestructura militar en el corazón de la población civil de la Franja de Gaza, incluidas casas residenciales, hospitales, escuelas, parques o mezquitas, evitar daños colaterales excesivos va a ser tarea imposible. Entre otras razones, porque el paradigma de Israel ha pasado del Nunca más al Nunca jamás.

Destruir la infraestructura y la capacidad ofensiva de Hamas es relativamente fácil si se está dispuesto a asumir un elevado coste político y mediático. Destruir la idea que subyace a una visión dicotómica del mundo y la realidad va a resultar más complicado si las democracias liberales, por encima de intereses partidistas, incluso ideológicos, no entienden que la deriva ideológica de un islam salafista y radical debe ser neutralizado ejerciendo presión sobre los países que tienen influencia sobre Hamas, como Irán, Turquía o Qatar. Porque el riesgo de una escalada regional tendría consecuencias globales imprevisibles

viernes, 21 de abril de 2023

75 Aniversario creación Estado de Israel

 

En la historia judía ha habido muchos momentos transformadores. Los obstáculos y el ostracismo al que los judíos se han enfrentado a lo largo de su existencia no les han impedido desarrollar su talento y sus habilidades en todas las esferas del pensamiento y las artes, la Ciencia o la Innovación, ya fuera en el campo de la medicina, la moda, el cine, el comercio o los aspectos más disruptivos de la tecnología, que han terminado por transformar la vida de miles de personas en el mundo, incluso a sus enemigos y detractores. Convertir desiertos en campos florecientes o pantanos en parques de alta tecnología aplicando estrategias de impacto es sólo la parte visual y más llamativa de una actitud frente a la Vida cuya fortaleza está fuertemente unida a los Principios Morales que se resumen en el Precepto de “quien salva una vida salva a la humanidad entera”, y que tiene al riesgo como opción ante la necesidad de salirse de la realidad de alternativas limitadas que la modernidad les proporcionaba.

Saltar las barreras invisibles que seguían vigentes a pesar de la emancipación, o la búsqueda de la aceptación y la necesidad de interacción social, necesariamente tenía que llevar a reformular su lugar como judíos en las sociedades modernas y a la búsqueda de una autonomía judía dentro de un Estado judío. El antisemitismo terminó por concretar la utopía del regreso a la tierra de sus ancestros, y el Estado de Israel, pese a los desafíos que enfrenta desde su fundación, es un país plural, solidario, con una riqueza humana envidiable, que cuenta con las mejores Universidades del mundo, ha dado más Premios Nobel que toda la humanidad junta siendo apenas el 1% de la población mundial, y con sus luces y sus sombras, como cualquier otro país en el mundo.  

Impresiona su fuerza de superación inquebrantable en un entorno hostil que hoy el pragmatismo de la geopolítica está cambiando. Impresiona su apuesta por la libertad individual y colectiva, por la cohabitación entre sus costumbres ancestrales y la modernidad de un Estado democrático y de Derecho, puntero en Ciencia y Tecnología. Personalmente siento una gratitud infinita por el país y la región en la que está cosida mi alma; por las personas que me recibieron y me siguen recibiendo con los brazos abiertos, que me regalaron su amistad y cambiaron mi percepción de la vida.

*Nota: Este artículo es una contribución original para el Anuario de la Asociación de Amigos de la Universidad de Tel Aviv con motivo de la entrega del Premio Maimómides 2023. El enlace a la revista  https://player.flipsnack.com/Anuario Amigos TAU 2022_23



  

sábado, 7 de enero de 2023

Las fisuras por las que supura el antisemitismo

 La Memoria se alimenta de la Historia. El Libro de los Recuerdos sigue abierto, y el pueblo judío, disperso por todos los rincones del mundo, es la mano que sujeta la pluma. En el día más especial del año, de ayuno y reflexión, de crecimiento y purificación, Israel cierra su espacio aéreo y las calles vacías de tráfico y transeúntes nos recuerdan a los días de confinamiento por la pandemia del covid19. Pero Yom Kippur no es el nombre de ningún virus, sino el del día más solemne de cierre de un calendario de diez días extremadamente santos que tiene lugar al anochecer del noveno día del mes de Tishrei según el calendario hebreo – del 3 al 4 de octubre -. 

Perdonar para que el dolor del pasado no arrastre el presente y lastre el futuro, pero también porque el dolor envenena nuestra mente y nuestra alma, y nos impide regocijarnos del regalo de estar vivos. Un alma esclava del rencor es un alma prisionera. Acto de confesión individual, pero también colectiva. 

Un hombre rencoroso, una nación rencorosa, no avanza. Quizá por eso, desde los tiempos inmemorables, el pueblo judío, a través del simbolismo del ayuno y la expiación, ha cerrado el círculo del dolor y ha emprendido el camino de la liberación por medio de la cura del perdón. No se trata sólo de revisar una conducta. Sin ese diálogo con Dios, sería imposible explicar la forma que tienen de afrontar y dar la mano a quien quiere aniquilarte de una manera inmisericorde desde el comienzo de los Tiempos, mutando las razones y el modo para hacer conveniente un prejuicio que se antoja desproporcionado, subjetivo y muy selectivo. Incluso ahora, cuando existe un santuario – el Estado de Israel – donde escapar y estar teóricamente a salvo de ese sentimiento insano. Porque el antisemitismo, representado hoy en los boicots económicos, el terrorismo, los actos vandálicos o las maniobras diplomáticas, avanza como una mancha por todo el mundo, - incluso en el llamado democrático y civilizado -, y la violencia interna se intensifica al tiempo que Israel amplía su presencia estratégica en la región y desarrolla sus capacidades ofensivas y defensivas en colaboración con gobiernos que hasta ahora parecía impensables.  

Han pasado ya tres meses desde la Fiesta del Perdón y los israelíes se han vuelto a poner a prueba. Campañas de intoxicación y propaganda, hostigamiento a la población, ensalzamiento del terrorismo, ataques con piedras, cocktail molotov, explosivos, armas de fuego o apuñalamientos. La violencia palestina en 2022, en cifras, ha dejado un saldo  de 31 israelíes asesinados y 734 heridos, pero también una sociedad profundamente dividida. El 1 de noviembre, la ciudadanía viraba electoralmente al centro-derecha al apostar por una coalición más estable de 64 diputados – en la que se integran los haredies y la derecha nacionalista religiosa - , liderada por un Benjamin Netanyahu que regresaba a la primera línea de la política, tras el paréntesis de la coalición Bennett-Lapid-Gantz, prometiendo gestionar de forma más eficiente las cuestiones de Seguridad y su relación con los palestinos. Pero sobre todo, asumiendo el mensaje de garantizar el interés nacional por encima de la subordinación a los intereses de Washington o a cualquier otra consideración de apaciguamiento a una Comunidad Internacional que les es hostil, y que no disimula, ni su guerra contra la identidad y la soberanía judía en la región, ni su indulgencia hacia una causa palestina irreal diseñada para mantener activo un enfrentamiento deliberadamente inflamado.

Esperanzas de paz frustradas ante la constatación de la falta de voluntad de querer compartir cualquier parte de tierra con los judíos, y baño de realidad de una población cansada de asumir los elevados costes en vidas de lidiar entre la negociación y la confrontación. Polarización también interna, riesgos de fractura social y acusaciones de querer restringir derechos civiles ante el negativo impacto que en la población está teniendo las demasiadas concesiones a los nuevos socios de gobierno, no sólo en carteras ministeriales, sino también en compromisos sobre medidas específicas para favorecer a sectores muy minoritarios del espectro ultraortodoxo en detrimento de la mayoría de la población. Atisbos de reformas legales planificadas que suponen una quiebra del sistema constitucional del país según sus críticos, y decisiones personales de miembros del nuevo gobierno que impactan por la alta sensibilidad de una simbología que se presta a un análisis político con diferentes puntos de interpretación.

Israel sabe que juega en la liga de los equilibristas en la cuerda floja, y que cualquier movimiento es interpretado con los ojos del que mira a través de un caleidoscopio. La visita del ministro Ben Gvir al Monte del Templo, el lugar más sagrado para el pueblo judío, bajo soberanía israelí pero sometido a un status quo utilizado por la Autoridad Palestina para vetar la presencia judía en la zona, ha roto las fisuras por las que supura el antisemitismo. Y porque el contexto importa y son las palabras las que transmiten la Historia, en este punto de inflexión para avanzar hay que arriesgar. Apartheid, ocupación, colonos, provocación, ofensa… son términos que diluyen intencionadamente la conexión de los judíos de la tierra y los lugares de la que son parte y en torno a los cuales gira su cultura y su fe. Israel perdió la guerra de la narrativa en el mismo momento en el que aceptó sucumbir al chantaje de una Autoridad Palestina hiperventilada política y económicamente a nivel internacional y que amenaza constantemente con desencadenar olas de violencia cada vez que se siente frustrada. 

Los Acuerdos de Abraham han marcado el comienzo de un capítulo nuevo en la historia de Oriente Medio. No sólo formalizaron unas relaciones cordiales que ya existían desde hacía años con los países del Golfo, sino que sacaron de la ecuación de la paz a los palestinos. Estamos, por tanto, ante una realidad nueva en la que los palestinos ya son secundarios en la agenda internacional y regional. Los sucesivos gabinetes israelíes, conscientes de que hay fuerzas aún más extremistas en el campo palestino – Hamas, Yihad Islámica -, han cooperado con la Autoridad Palestina para evitar su colapso. El nuevo gabinete, dispuesto a frenar la campaña contra Israel a nivel internacional y la violencia interna, no está comprometido con seguir fortaleciendo una organización que incita al terrorismo y a la que considera enemiga. A Mahmoud Abbas no le queda mucho tiempo – por edad y salud - y si no es capaz de asumir un liderazgo pragmático y aprovechar las oportunidades que los nuevos socios de Israel, en el marco de los Acuerdos de Abraham, le ofrecen para avanzar en la transformación hacia un Orden Económico y de Seguridad integrado y estable, el nuevo gabinete israelí no tendrá ningún reparo en permitir que la Autoridad Palestina colapse, aunque eso signifique que el campo palestino se enzarce en una guerra civil por el liderazgo y se diluyan, para siempre, los sueños de una nación independiente junto a Israel. La palestina es una sociedad rencorosa que no avanza. Perdonar para que el dolor del pasado, que lastra el presente, no arrastre el futuro, y reconocer que la Memoria que alimenta su Historia está distorsionada, debería ser el último acto de reconciliación y amor por su pueblo de un hombre que está a las puertas de atravesar el umbral del Más Allá.      

martes, 19 de abril de 2022

Historias que construyen Memoria.

 

En el triángulo que une las ciudades de Acre, Haifa y Nahariya, al oeste de la Galilea, en medio de una llanura de campos verdes y junto a un Acueducto de la época del Imperio Otomano, se encuentra un kibutz que hoy está integrado en el circuito de las rutas obligadas de la Memoria, pero que en 1999 era un lugar apartado y prácticamente desconocido a pesar de haber sido creado en abril de 1949 por 150 judíos supervivientes del Holocausto, entre los que se encontraban alrededor de 20 que habían luchado y sobrevivido al levantamiento del gueto de Varsovia durante la primavera de 1943, el mismo día que comenzaba Pesaj, la Pascua judía. Una de ellas era Chavka Raban, fallecida en enero de 2014 y de cuyo testimonio en aquel emblemático lugar años después guardo grato recuerdo.

El Informe realizado por el general de las SS Jürgen Stroop para celebrar la victoria sobre los judíos, y cuyo facsímil pude tocar y hojear con el corazón encogido en la biblioteca de Yad Vashem de Jerusalén en 2011 – el original se halla en los Archivos Nacionales de Washington DC - es el testimonio gráfico de la degradación moral de una sociedad aniquilada en su humanidad que es capaz de ver heroicos soldados combatiendo a escoria humana cuando el resto de la humanidad ve la expresión más grotesca de la inhumanidad del hombre. Asomarse a la ventana de la Historia a través de sus protagonistas resulta inquietante. A veces el tiempo se detiene ante esta triste y dolorosa cicatriz en la conciencia del ser humano. En otras ocasiones, el número tatuado en el brazo es la marca del recuerdo de infancias, adolescencias y vidas adultas interrumpidas bruscamente, de culturas arraigadas, de amor y oscuridad en una relación contradictoria que sólo desea vivir. Imaginar lo inimaginable a través de las fotografías o intentar penetrar en las razones de los que sellaron su destino e inmortalizarlo con tinta es lo único que podemos hacer los que no estuvimos allí para dar sentido a esos destinos que se definen en un instante.     

Apenas seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial, un año después de haberse proclamado el nacimiento del Estado de Israel y recién terminada la Guerra de Independencia, los supervivientes que llegan heridos por sus vivencias a un país por edificar y marcado también por profundas confrontaciones ideológicas, sienten la fuerte determinación de atestiguar cómo la Shoa había desafiado las relaciones humanas establecidas y cómo, rodeados de explotación y muerte, fueron capaces de ampararse en la comunidad para sobrevivir y afrontar tanta atrocidad.

En realidad, desviarme de la carretera principal y descubrir por casualidad Beit Lohamei HaGeta´ot – la Casa de los Combatientes del Gueto – aquel soleado día de primavera de 1999 fue una bendición en un momento anímico particular, que me sirvió para conectar aún más con las historias que construyen memoria y con la idea de que vivir y morir libremente es un acto de valentía, más en tiempos de guerra, cuando una insurrección contra la muerte en la humillación es una mera cuestión de dignidad. Dilemas que plantean las diferentes formas de resistir cuando todo está perdido y cuando las imágenes que la memoria nos pide recordar nos impulsan a rescatar las identidades y las narrativas perdidas. Preservar la memoria de las víctimas es una obligación moral aunque duela. El propio Primo Levi era consciente de que el recuerdo de un trauma es en sí mismo traumático porque recordarlo duele (Levi, 1989, Los hundidos y los salvados, Barcelona, El Aleph Editores, 2011). El profesor Israel Gutman, fallecido en octubre de 2013 y a quien tuve el privilegio de conocer en 2011 durante mis estudios en la Escuela Internacional para la Investigación del Holocausto de Yad Vashem, reconocía que el pasado había dejado en cada uno de los sobrevivientes un sedimento profundo que los acompaña toda su vida (Gutman, 2003, Holocausto y Memoria, Jerusalén: Graphit Press Ltd). Sedimento que les deja también a sus familias, porque las heridas que no se ven son las que más dolor provocan, sobre todo cuando pedir ayuda se considera un signo de debilidad que amenaza a la nación.   

La compleja realidad de Seguridad de Israel hace que su sociedad viva en constante alerta. Israel es un lienzo tejido con los hilos de la memoria. Memorias cruzadas de identidades múltiples unidas por la palabra, la creación y el destierro constante. Antes, cuando la vida cabía en una maleta, y ahora, que se enfrenta igualmente a dilemas ante un miedo existencial que confrontan creencias y expectativas y cuando el mito del sacrificio heroico se derrumba ante eventos adversos que están fuera de control. Heridas en el alma de una nación multicultural y heterogénea sometida a la ansiedad y la frustración de tener que aceptar como normal la anormalidad de ser el único país del mundo cuestionado en su legitimidad, y de vivir bajo el estrés de aceptar la pérdida y el dolor como parte del precio de querer ser libre en un entorno hostil. Las heridas del alma nos acompañan toda la vida, me recordaba hace ya algunos años con tristeza Eran Golani, un veterano de la unidad Givati que perdió a cinco de sus amigos una funesta noche de 1990 durante su servicio militar en el Líbano. Cómo no sentirse impotentes frente a la exposición constante a una guerra, los atentados terroristas, los frecuentes lanzamientos de misiles que interrumpen la vida cotidiana o la pérdida de vidas sin ver una causa o un propósito en el daño ocasionado, más allá del simple odio que manifiesta el que empuña un cuchillo o atropella a unos transeúntes al azar.  

La certeza de querer salvarse necesita liderazgos fuertes y que una parte de la población esté dispuesta a rendir al máximo nivel para poder sobrevivir y transmitir normalidad a una ciudadanía que sigue necesitando la figura del héroe que vive y muere por el Estado ante la ansiedad y la incomprensión que genera las explosiones de alegría desatadas en los ambientes más radicales tras los asesinatos de israelíes. Costumbre difícil de asimilar para quien no se haya educado en un entorno social e institucional que glorifica el terrorismo y premia las acciones criminales elevando la categoría social de la familia del agresor. Un desafío que precisa de un tiempo nuevo para tomar decisiones críticas sobre la capacidad para enfrentar las amenazas externas, pero también ante el desgarro interno y la polarización que afectan a la identidad nacional.

El 19 de abril de 1943, en un contexto de adversidad, incertidumbre y muerte, se gestó una de las hazañas más osadas y emblemáticas de la resistencia judía. Tres organizaciones judías decidieron no resignarse al hambre, las deportaciones a los campos de concentración y exterminio y a la barbarie nazi. Hoy, 79 años después, cuando los  héroes de sangre que entonan cantos patrióticos son profetas de una ira que alaba el sacrificio del alma, la yihad y la lucha armada contra Israel, los soldados de Israel seguirán defendiendo a los israelíes del terrorismo, porque las olas de violencia recurrentes, los discursos de incitación al odio y el antisemitismo son las señales del recuerdo de aquel tiempo oscuro que no puede volver a pasar.  

No hay posibilidad de acuerdo y reconciliación con una sociedad enferma que celebra el asesinato como forma de vida y que utiliza el terrorismo como vía para condicionar la política internacional. Hoy, 79 años después, la fortaleza de un pueblo que resiste unido a la barbarie y el sinsentido sigue siendo el pilar que garantizará que en el futuro, el Estado de Israel se mantenga fiel a sus principios democráticos en un entorno regional peligroso y en un área inestable. Que las víctimas de este sangriento Pesaj de 2022 Descansen en Paz, en la Tierra que os abraza con el corazón roto.

domingo, 19 de septiembre de 2021

El amanecer de la Paz.

 

Hay efemérides que pasan desapercibidas, otras que son significativas, y algunas que dejan una huella profunda, en el corazón y en la Historia, sobre todo si el hilo que las teje son acontecimientos o personajes extra temporales que llaman a la conciencia universal y observan, desde las profundidades de los secretos diplomáticos, la evolución de una región tan nombrada como poco conocida. 

Cuando en 1993 Simon Peres, entonces Ministro de Asuntos Exteriores, se refería a los Acuerdos de Oslo como el amanecer de la paz, y avanzaba su propuesta de desarrollo para un Nuevo Oriente Medio camino del siglo XXI (Shimon Peres, Oriente Medio, Año Cero. Grijalbo, 1993), este visionario personaje que se definía a sí mismo como hijo de una generación que perdió un mundo y se puso a construir otro, ya sabía que la línea divisoria de la historia de Oriente Medio se trazaría entre los valientes que ya estaban maduros para el cambio que se avecinaba y los que perderían la oportunidad de construir un mundo nuevo más justo, manteniéndose incapaces de dejar atrás las sombras del pasado y cambiar las imágenes estereotipadas contra el adversario. Un 21 de junio de 1997 tuve el privilegio de conocer en Madrid a este ser entrañable con el que traté en tantas ocasiones cuestiones livianas de índole personal y grandilocuentes de Política con mayúsculas mientras imaginaba un futuro mejor para árabes y judíos. Un 15 de septiembre de 1998, recién llegada a Israel, me recibía en su despacho del Peres Center for Peace en Tel Aviv. En mi cuaderno de notas que aún conservo apunté unas palabras proféticas: en veinte años, Israel será una realidad reconocida y aceptada en la región. Los beneficios con los países del Golfo abrirán la puerta del entendimiento y la cooperación mutua en otras regiones. Pocas personas han dejado una huella tan profunda en mi carrera y mi existencia como él. Efectivamente, aunque el corazón del Presidente de Israel dejaba de latir un 26 de septiembre de 2016,  no se equivocó. Veinte años después de aquella profecía, el 15 de septiembre de 2020 la imagen icónica de la firma en la Casa Blanca de los llamados Acuerdos de Abraham cambiaba la perspectiva de gran parte de Oriente Medio. 

Un año después de la normalización de relaciones diplomáticas entre Israel y los países árabes del Golfo – Emiratos Árabes Unidos y Barhein -, Marruecos y el acercamiento a Sudán, el mundo mira con relativo optimismo esta experiencia diplomática, impensable hace sólo una década, para tratar de resolver los conflictos internacionales que permanecen estancados y los desafíos que enfrenta una Organización Internacional, como las Naciones Unidas, criticada, no sin razón, por inoperante, innecesaria y, en algunos casos, hasta contraproducente. Oriente Medio tiene su ritmo y es necesario conocerlo y respetarlo. Unidos por las oportunidades regionales y la necesidad de combatir las amenazas conjuntas, pero también por la búsqueda de la estabilidad y el desarrollo con un Israel que es parte del nuevo orden regional que se vislumbra, y que se materializa en gestos tan elocuentes como la revisión y eliminación de contenidos antisemitas y hostiles en los libros de texto de países tan significativos como Arabia Saudí, Marruecos, Omán, incluso Sudán y Qatar, en el restablecimiento y visibilidad de comunidades judías en Emiratos Árabes Unidos o Barhein o en el levantamiento del veto a los pasaportes israelíes por parte de Bangladesh. Una nueva realidad que promete más prosperidad, que se ha sellado con más de cuarenta Acuerdos bilaterales en ámbitos sectoriales concretos – Alta Tecnología, medicina, cultura, ciencia, economía o turismo - y que contrasta con la anomalía del régimen iraní de los ayatolás, implicado en actos subversivos en toda la región y empeñado en fomentar el odio y el enfrentamiento entre dos pueblos con fuertes vínculos históricos y que en el fondo anhelan la paz y la prosperidad. 

Si el impulso del ex presidente Donald Trump hizo posible que los hijos de Abraham se reencontraran, el legado del nuevo inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden debiera ser, como señalan los analistas Victoria Coates y Len Jodorkovsky (The Jerusalem Post, febrero de 2021), servir de puente entre los pueblos de Irán e Israel y acercar ambos países hacia la normalización en una reconfiguración de Oriente Medio donde la actual competición con las otras potencias en liza – Rusia, China, Turquía – ofrece oportunidades para cambiar el curso de la Historia mediante la cooperación. El coste de la guerra ha sido demasiado alto y el potencial de los beneficios del cambio relegan al activismo palestino al trauma congelado de un discurso anacrónico que ya no ocupa el centro del proceso de paz entre Israel y el mundo árabe.       

jueves, 4 de febrero de 2021

El mundo como Dios lo soñó.

 Un virus microscópico que ha interrumpido nuestra vida en 2020 sigue empeñado en permanecer con nosotros en este Tiempo de especial vulnerabilidad. Meses sin abrazos, necesidades de consuelo y demasiada soledad nos recuerda lo confiados que estábamos entre lo superfluo y lo cotidiano. Un Tiempo nuevo para acompañar y asistir a nuestros semejantes se descubre en este año especialmente triste, escondido en la Luz de la Esperanza depositada en una universalidad que va más allá de las fronteras de la espiritualidad de cada uno. 

En esta cadena de transmisión a la que estamos indefectiblemente unidos, Israel no es sólo el lugar donde todo comienza en la Historia del encuentro del hombre con Dios. En la tierra que no pertenece a la geografía de este mundo, el gesto de mantener la puerta abierta al que se acerca, independientemente del lugar de origen o de credo, sigue las pautas del precepto del Talmud que establece que cada ser humano es responsable el uno del otro. Las luces de Hanuka, símbolo de la libertad religiosa y de expresión, y los árboles de Navidad, también en este Tiempo de Adviento, que simbolizan la Vida y anuncian la llegada de la Luz de la Nochebuena y de una nueva Esperanza encarnada en quien, desde la fe cristiana, nos acompaña siempre, se funden con naturalidad. El mundo como Dios lo soñó nos deja en esta parte del mapa una gama de colores y matices diversos a través de su pueblo mediador, obstinado, complejo y creativo, que mantiene un vínculo inquebrantable con su Tradición y pasado al tiempo que apuesta decididamente por el futuro. 

En todo Oriente Medio la religión y la política están intrínsecamente unidos, condicionando cada aspecto de la vida diaria. No obstante, aunque viviendo en Israel es imposible sustraerse de la liturgia de las fiestas que marcan el ritmo de la vida y el calendario, la convivencia entre el laicismo y la religión, en esta sociedad también estructurada por la religión, es equilibrada y el respeto institucional una máxima. Su Memoria está ligada estrechamente a la identidad. Historia Sagrada destinada a preservarse y conmemorarse de generación en generación, lo que le confiere un poderoso factor de unidad y cohesión. Memoria también por los caídos en las guerras, Memoria de un pasado doloroso que muestra que el rostro de Dios no siempre ha sido benévolo con el Hijo que sigue a rajatabla sus mitzvots – Mandamientos -.  No te elegí entre todos los pueblos porque seas numeroso, sino por amor, nos recuerda su Libro Sagrado (Deuteronomio 7:7), en ese fascinante relato de la historia del diálogo entre Dios y un pueblo responsable y comprometido a partir de entonces con la salvación de la humanidad entera. En la Tierra de la escucha de la Palabra, de la Memoria de la Alianza y de la Santidad de la Vida, unidos en su reverencia a esta Tierra Sagrada, los ciudadanos pertenecientes a otras minorías religiosas cuentan con estatutos jurídicos que garantizan el carácter multiétnico, multirreligioso y multicultural de este crisol de raíces y ramas inseparablemente unidas para siempre. Sólo se ama lo que se conoce, y sólo se conoce en profundidad lo que se ama. 

Se nos va por fin 2020, un año triste que nos ha regalado también la capacidad para amar y para comprender las necesidades del otro, ese al que la rutina nos impide verlo en su plenitud. Cayó de repente esta pandemia como de repente, desde el Cielo azul cayó la Estrella de antaño, la que anuncia el Antiguo Testamento y relata el Evangelio según San Mateo (Mt 2:10-12). Cuando los tres Magos de Oriente, siguiendo la estela de una Estrella brillante, encontraron al Niño Dios en un pesebre en Belén, se arrodillaron ante Él, reconociéndole como Mesías y le ofrecieron regalos al Rey de Reyes, no sabían que ese pequeño rincón de Judea sería el epicentro de un acontecimiento que cambiaría la vida para millones de personas. Como un presagio de Esperanza, la Estrella que anunció el nacimiento del Niño Dios vuelve al mismo lugar, 800 años después, en la despedida del año más incierto, al visibilizarse como si fuera un solo planeta la ceremonia de aproximación de Júpiter y Saturno. Dicen los astrofísicos que tendrán que pasar 16.000 años para que un fenómeno parecido vuelva a producirse. En un año de profundos cambios, también para Israel y Oriente Medio, que la señal del Cielo, presente en esta nueva Estrella de Belén, nos sirva de guía y luz en 2021.

Nota del autor:

Este artículo fue escrito en Diciembre de 2020 y por cuestiones de índole personal, no ha podido ser publicado hasta este momento. 

sábado, 8 de febrero de 2020

Estado palestino, última oportunidad.


A falta de tensiones, conflictos, crisis, violaciones de derechos humanos y otros asuntos  que requieran la pormenorizada atención de las Instituciones Internacionales, la Agenda diplomática parece estar recurrentemente condicionada por la necesidad de reconocer el Estado Palestino, en el convencimiento de que la tensión que vive Oriente Medio pone en grave riesgo la Paz y la Seguridad mundiales, y de que la resolución del conflicto depende, a su vez, de reconocer la identidad de un pueblo autóctono desplazado de la tierra que hoy ocupa el Estado de Israel.