En
la fría mañana del 17 de enero de 1986, cuatro días después de que nuestro país
ingresara oficialmente en las Instituciones Europeas, las delegaciones de
España e Israel firmaban, en la clandestinidad de una habitación del Hotel
Pomerade de La Haya, el establecimiento de relaciones diplomáticas,
normalizando a escondidas la realidad internacional a la que España se asomaba.
Un acontecimiento natural en la política diaria de las naciones, el de reconocerse
mutuamente y establecer vínculos políticos, económicos y culturales, pasaba
desapercibido entre el silencio y la casi oscuridad que las cortinas de la
habitación, testigo furtivo de la rubrica por poderes de los ausentes Felipe
González y Simón Peres, trataron de ocultar a la prensa y las cámaras de
televisión.