La
época litúrgica más Sagrada para judíos y cristianos es la Pascua. Para los
primeros, el recuerdo de la liberación de la esclavitud y la entrega de la Torá
– Tablas de la Ley – a Moisés en el Monte Sinaí les conecta con el comienzo de
su Historia nacional y les consolida, más que como el Pueblo elegido por Dios,
como aquel que desde el Principio eligió y decidió ser libre. Libre para
cumplir, como individuo y como nación, la misión de colaborador responsable con
el Creador en la tarea de cuidar de cada ser humano y engrandecer el Universo para hacer del mundo
un lugar mejor. Para los cristianos, el recuerdo de la Pasión, muerte y
Resurrección de Jesús nos da la certeza de que la vida vence a la muerte, y de
que por la fe en el poder de Dios, se puede caminar a una nueva forma de vida. Amor,
justicia, libertad y respeto como obligación esencial del ser humano, que
necesariamente tiene que morir para nacer de nuevo. Ambos acontecimientos
litúrgicos tienen lugar prácticamente al mismo tiempo, porque las raíces judías
del cristianismo son innegables, y no sólo por el hecho mismo de que este joven
carpintero de la Galilea que cambió el mundo era enteramente judío, sino porque
el mismo Evangelio no puede desprenderse de esa herencia que los personajes del
antiguo Testamento, con sus historias y narrativas, ayudaron a conformar el
sistema de creencias que hoy forman la base del código moral y de conducta del
judaísmo contemporáneo.