jueves, 27 de febrero de 2025

Quédate a mi lado


Hay días en los que es mejor no decir nada. Días en los que las palabras sobran y las imágenes lo dicen todo. Israel vive un tiempo de luto que ya dura demasiado. Son tiempos de lamento desde aquel 7 de octubre que todo lo cambió. Un día fatídico que nos recuerda el tipo de conflicto en el que está inmerso Israel, con todos los dilemas políticos, militares y morales que plantea, y que nos indica también por dónde van a ir las dinámicas regionales que no son nada favorables a Israel.

Tiempo de luto, tiempo de lamento. Imágenes congeladas en el tiempo de alegría y alivio para los que consiguen poner fin al infierno del cautiverio y se convierten en el símbolo de la resistencia frente a la brutalidad. Interrogantes por el destino de los que aun quedan en Gaza (54) en poder de esos desalmados, por las decisiones políticas y militares que se están tomando y por el precio que Israel está dispuesto a pagar para traer a todos a casa.

Toda guerra tiene una dimensión humana. Los rehenes son piezas de un intercambio político, pero también el símbolo del sufrimiento humano. La muerte de amigos, de familiares, de conocidos; la caída de 840 soldados que dieron su vida; los 5600 soldados heridos; el trauma de una sociedad herida. Cada liberación es en sí misma un trauma, y para los que salen comienza también un período de recuperación física y psicológica que los va a acompañar probablemente durante el resto de su vida. Nos quedamos con la imagen del regreso a casa, arropados, queridos, cuidados. Robamos por un instante el protagonismo a sus secuestradores y torturadores para dárselo a ellos, a sus víctimas. Aun así, no es suficiente. Porque todo lo que piensan, todo lo que hacen, todo lo que harán es malo y los israelíes lo saben. El tiempo pasa y el 7 de octubre se diluye en el tiempo para todos los que son incapaces de dimensionar que cuando la religión y el fanatismo convierte a los hombres en asesinos Dios llora.

Israel se tiñe de naranja. Yarden Bibas, un hombre roto que vuelve del infierno de los túneles de Gaza para enterrar a toda su familia, describe en pocas palabras que el valor de la vida se mide por la ética de la responsabilidad. Una nación entera sumida en el duelo. Israel ganará esta guerra, no por las batallas que estén dispuestos a librar y la voluntad de ganarlas, sino por lo que son. No por lo que hacen sino por quienes son. "Quédate a mi lado, no te vayas. Mírame desde donde estés y aléjame de las malas decisiones. Ayúdame a no caer en la oscuridad. Te quiero".

Descansa en Paz Shiri, Ariel y Kafir. Descansad en Paz todos los que os ha sido arrebatada la vida de la forma más cruel. Que la Tierra os sea leve.   

domingo, 9 de febrero de 2025

Soluciones extremas para tiempos extremos


Ohad Ben Ari, Or Levi y Eliyahu Sharabi son los nombres de los tres últimos rehenes liberados por Hamas en el marco de la primera fase de la tregua de 42 días pactada con la organización terrorista para liberar a 33 secuestrados (tanto vivos como muertos) a cambio de que Israel libere de sus cárceles a un número indecente de presos palestinos condenados por terrorismo y delitos graves. Intercambio descompensado de gente normal y pacífica, arrancada violentamente de sus casas, a cambio de  indeseables y personas altamente peligrosas cuyo objetivo vital es matar. 

El precio a pagar por devolver a su gente a casa es un debate público en Israel que genera controversia. La disputa sobre la percepción acerca de los objetivos de la guerra plantea dilemas desde el comienzo de las operaciones militares que ni el gobierno ni las Fuerzas de Defensa – las IDF – han logrado resolver. Derrocar a Hamas y devolver a los rehenes parecía un objetivo coherente que el paso del tiempo ha demostrado que es incompatible. El tiempo se agota, los rehenes mueren en cautiverio, no es posible extraerlos mediante operaciones militares, la destrucción de Hamas parece un objetivo lejano y el precio a pagar es tan elevado para la seguridad de Israel que las soluciones radicales, como la planteada por el presidente norteamericano Donald Trump de convertir Gaza en un protectorado norteamericano es aceptado por el 69% de la población. La expulsión de los palestinos de Gaza, teniendo en cuenta que los mensajes propagandísticos de Hamas no dejan lugar a dudas de que el objetivo de volver al “diluvio de Al-Aqsa” sigue vigente, no debería sorprender. En tiempos extremos, las respuestas a las soluciones definitivas también son extremas, sabiendo que el anhelo destructivo de los palestinos es incansable. Las amenazas de seguridad no desaparecen, así que, el pensamiento mágico se impone: hagamos desaparecer a los provocadores y que los acojan los chiflados en occidente, hiper radicalizados e hiper subvencionados.

La preferencia por el colapso de Hamas frente al regreso de los rehenes o la necesidad de alcanzar un acuerdo han politizado en exceso las manifestaciones de solidaridad con los familiares de los secuestrados. Pero el acuerdo no escrito entre el Estado y sus ciudadanos, según el cual ningún herido, prisionero o caído se deja atrás, es un deber moral que cobra más sentido, si cabe, ante el abandono de asistencia por parte de las organizaciones humanitarias internacionales y la indiferencia, ante la suerte de los rehenes aun en manos de Hamas y otras organizaciones terroristas que se disputan la Franja de Gaza, que muestra una comunidad internacional que ha perdido toda moralidad y sentido de decencia ética. Cómplices necesarios de la barbarie, los medios de comunicación, instalados en un relato confuso, replican las operaciones de propaganda de grupos terroristas, dañando una reputación ya de por sí cuestionada.  

Cuando se cumplen 80 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz, recordar las lágrimas de las víctimas de la Shoa empieza por denunciar a los que niegan la magnitud de las masacres del 7 de octubre y equiparan víctimas con verdugos. Unas atrocidades que no entran en la categoría actual de crimen contra la humanidad por su radicalidad, por lo que se ha tenido que acuñar un término nuevo: kinocidio. Los terroristas de Hamas perpetraron deliberadamente ataques sistemáticos contra familias israelíes, para maximizar al máximo el sufrimiento de las víctimas y romper uno de los vínculos más fuertes de la Vida. Celebraron las atrocidades en tiempo real porque su culto es la muerte. Su infancia, maltratada, son el próximo ejército que tomarán las armas y resistirán esa ocupación imaginaria. Lo dicen sus propias madres, orgullosas de que sus hijos mueran matando judíos en nombre de ese dios que sólo deja cicatrices en la humanidad. Ya no sirve el Nunca más, sino  el Nunca más es ahora, porque el antisemitismo no es cosa del pasado, sino una semilla muy arraigada y regada.

El circo de terror montado por Hamas para devolver con cuentagotas a los 33 rehenes comprometidos en esta primera etapa de la tregua refleja el paradigma al que se enfrenta Israel y el desafío para un Occidente ciego. Algunos rehenes regresan a casa sólo para enfrentarse a la devastadora realidad de que sus seres queridos se han ido. La reconstrucción de sus vidas, a partir de sus testimonios, permite dar forma a la crueldad sádica a la que han sido sometidos, sólo por placer, por unas mentes perturbadas que inexplicablemente despiertan una atracción difícilmente comprensible en las sociedades libres. Groseras muestras de odio contra Israel en todo el mundo mientras en el infierno de los túneles, cuerpos marcados por la tortura, la inanición, la insalubridad y el sufrimiento extremo se aferran a un hilo de esperanza que les permita sobrevivir en esta cartografía del terror que recuerda tanto a los tiempos oscuros que vivió Europa no hace mucho tiempo.

Vienen días muy difíciles para Israel. Las imágenes de Ohad, Or y Eliyahu atormentan porque demuestran que la humanidad ha vuelto a fallar. Que se necesita un cambio de estrategia radical para romper el ciclo vital de una sociedad acostumbrada a la violencia, el victimismo y la subvención. Y que en medio de una turba fanatizada, Israel, el país de los judíos, a pesar de su tristeza y soledad, es aún más fuerte.  


jueves, 16 de noviembre de 2023

7 de Octubre de 2023, punto de inflexión irreversible.

 

    El 7 de Octubre de 2023, a las 6:30 horas de la mañana, el reloj se paró en Israel, en el mundo judío de la diáspora y para quienes creemos en la libertad y en la dignidad del ser humano. Aunque cada pérdida de vida es dolorosa, y los ciudadanos de Israel están acostumbrados a episodios de violencia intermitente y a vivir situaciones de tensión con sus vecinos, la narrativa desarrollada por la propaganda palestina  durante décadas dio un salto cualitativo de proporciones mortales como no se conocían desde los tiempos de las matanzas nazis en Europa del Este durante la Segunda Guerra Mundial.

Llamada a la Yihad global contra Israel, el pueblo judío, los Estados Unidos y los simpatizantes de los sionistas. Mesianismo, venganza y honor. Mezclar la ideología religiosa de un iluminismo mesiánico con la paranoia de la protección del honor de los musulmanes y la sociopatía política de que Israel es un Estado ilegítimo y racista que merece desaparecer de la faz de la tierra, es un coctel  peligroso que, encima, engancha a los occidentales a la defensa de la causa palestina por medio de la interpretación idílica de una idea de resistencia vinculada a supuestas causas humanitarias y anticolonialistas. ¿Hay alguna razón psicológica que explique la adhesión al terrorismo? Porque no se comprende, desde una perspectiva de moral y ética sana, entendidas estas como la capacidad innata del ser humano de distinguir el bien del mal, que haya personas que descubren que, en nombre de una causa superior que antes era la de la justicia social y ahora una identidad que te da carta blanca para hacer barbaridades, puedan pasar a la historia.

Es verdad que hay ideologías que son más propensas a caer en las redes del Mal y deslizarse hacia la violencia. Nos tranquiliza pensar que hay individuos lunáticos, psicópatas o socialmente deprimidos capaces de cometer actos de salvajismo o brutalidad excepcional. Los hay. Pero la muerte social de la víctima es la antesala, no de una mente psicológicamente enferma, sino de un sadismo estructural que forma parte de la condición humana. Y en ciertas culturas, o pueblos, o movimientos ideológicos o religiosos, el odio y el victimismo es el motor de su existencia. El iluminismo yihadista es una de esas ideologías perversas que divide al mundo en puros y herejes. El nazismo, el comunismo o el antisemitismo son también las metástasis de un cáncer que deshumaniza al individuo. El progresismo wokista y su proyección abstracta de identidades frívolas, enarbolando banderas y asumiendo consignas que ponen los pelos como escarpias, son los tontos útiles y necesarios en la difusión de una información bajo control de una organización terrorista (Hamas).

Cómo un individuo normal se convierte en genocida – o promotor de genocidios - es el enigma que han tratado de resolver Hannah  Arendt (La condición humana, Paidós, 2016) o James Waller (Ordinary People Commit Becoming Evil: How Genocide, and Mass Murder, OUP USA, 2006) entre otros. La necesidad de entender el Mal nos permite distanciarnos, ponerle excusas a lo que no es sino la aceptación social de que la matanza indiscriminada de Hamas de más de 1400 ciudadanos israelíes y 240 secuestrados retenidos como escudos humanos, es un antisemitismo de libro disfrazado de antisionismo. Porque el proceso de deshumanización de las víctimas israelíes comenzó el mismo 7 de Octubre, cuando ni siquiera el gobierno de Israel había definido sus objetivos políticos ni militares, ni se había planteado aun ningún operativo en Gaza. Acusaciones de desproporcionalidad y de crímenes de guerra a un país sujeto a las estrictas normas del Derecho Internacional y las Convenciones de Ginebra por parte de los apologistas de una Gaza idílica que es en su totalidad un gran campamento terrorista armado bajo el control de Hamas y la pléyade de organizaciones terroristas y paramilitares que se disputan su liderazgo. Es la distancia psicológica necesaria para encubrir que, aunque los terroristas de Hamas, los civiles que les acompañaron y los periodistas que lo documentaron publicitaron una masacre que pone en dudas toda esperanza de paz con este tipo de enemigos, la víctima temporal (Israel) es el agresor perpetuo de una tierra que ocupa ilegalmente. Y como celebrar la barbarie queda feo, al menos en el occidente civilizado, organizaciones sesgadas como Naciones Unidas o la Corte Penal Internacional (CPI) obvian que la existencia de Hamas y de organizaciones similares son, en sí mismas, un crimen contra la humanidad.

El pasado 7 de Octubre se produjo un punto de inflexión irreversible en la conciencia nacional israelí, y una quiebra moral en la humanidad. La historia nos recuerda que hay seres humanos capaces de hacer cosas abominables. El terror de las víctimas, y lo que Joseph de Maistre denomina el entusiasmo de la carnicería (La Ley de la Guerra), un sentimiento al que incluso los hombres más civilizados parecen no ser inmunes, nos coloca ante el espejo, que sin ambages, nos devuelve la mirada enferma de una sociedad postmoderna cuya voluntad herida se desvanece en una lógica utilitarista que no deja espacio para la compasión.    

lunes, 23 de octubre de 2023

La trampa de Hamas

 

A las 6:30 de la mañana del sábado 7 de octubre de 2023, la población israelí se despertaba con el sonido de las alarmas antiaéreas que alertaban del lanzamiento de cerca de 5000 cohetes y misiles disparados desde la Franja de Gaza. Israel está acostumbrada a vivir situaciones de tensión con sus vecinos y episodios de violencia intermitente. Su población es resistente y resiliente, lo viene demostrando desde que hace ya 75 años se creara su pequeño Estado en medio de un universo geopolítico – Oriente Medio - complejo. Los Territorios de Cisjordania y Gaza, ocupados o en disputa según las narrativas, son fuente de tensión creciente. La Franja de Gaza es una zona especialmente caliente, y el lanzamiento de misiles, globos incendiarios o actividades de protesta en la frontera que terminan en disturbios son asuntos que los gobiernos israelíes tratan de gestionar como problemas de Seguridad interna, contando, en los momentos más graves, con las autoridades egipcias para que medien entre los líderes de Hamas – la organización que gobierna la Franja desde 2007 - y otras organizaciones paramilitares y terroristas que disputan su influencia, para la desescalada de las hostilidades.

Como parte de la campaña de incitación de Hamas, y los intentos por despertar a los escuadrones durmientes en Cisjordania – gobernada por la Autoridad Nacional Palestina - para que realicen acciones de venganza, esta organización político-paramilitar considerada terrorista por diferentes países, entre ellos Estados Unidos y la Unión Europea, viene desarrollando una narrativa, a través de su sistema de propaganda, en la que mezcla, de manera eficaz para su público, los aspectos religiosos de un iluminismo mesiánico que sitúa a Palestina en la esfera de la conciencia, con el aspecto más político y terrenal de la lucha contra lo que considera la ocupación y la protección del honor de los musulmanes. Mesianismo, venganza y honor, en un cocktel mortal que engancha a los occidentales a la causa palestina por medio de la interpretación idílica de una idea de resistencia vinculada a causas supuestamente humanitarias y anticolonialistas.

Ya en 2021, el que fuera el portavoz del ala militar de Hamas, el Jefe del Estado Mayor, Muhammad Daf, decía en un mitin público que Hamas mantendrá su promesa e Israel pagará un alto precio por sus acciones. Khaled Mashal, el líder fundador, llamaba a la yihad global contra Israel, el pueblo judío, los Estados Unidos y los simpatizantes de los sionistas.  Cuando un grupo terrorista o una organización salafista amenaza hay que creerle, y el liderazgo israelí, ensimismado en su crisis política interna y en la gestión de las actividades antiterroristas en Cisjordania, quizá se confió demasiado en la sofisticación tecnológica de la valla de Seguridad de Gaza y en que el permiso de entrada a 20.000 palestinos de Gaza al día para trabajar en las comunidades cercanas les permitiría mejorar sus condiciones económicas y, por tanto, desactivar sus motivaciones para enfrentarse militarmente de nuevo a Israel.

Pero Hamas ha jurado aniquilar al Estado de Israel. Lo dice su Carta Fundacional y lo repiten sus líderes. Para el integrismo islámico Israel, un Estado judío, mancilla las tierras del islam. Para los movimientos occidentales llamados progresistas, Israel es el ilegítimo ocupante de una tierra arrebatada. Para las grandes potencias, Oriente Medio es un tablero, y el conflicto palestino-israelí las piezas intercambiables de un juego en el que las vidas no merecen valoraciones geopolíticas altruistas. De ahí los llamamientos a la contención frente a la respuesta que se prevé por Israel y la tibieza y de la condena del terrorismo de Hamas, pese a que la misma organización reveló el alcance de la barbarie en una serie de videos que fue publicando en varios canales y en las redes sociales. Responsabilidad compartida, también de los medios de comunicación, que presentan un ángulo mediático con fallas éticas que caen en la desinformación y en la invisibilidad de las principales víctimas, los civiles israelíes, objeto directo y deliberado de un ataque que cogió a Israel por sorpresa. Porque las palabras importan, precisamente porque establecen el marco mental y moral del discurso y la comunicación.

El mito que vende de forma explícita Hamas, pero en realidad comparte toda la constelación de liderazgos palestinos que se disputan el control de la causa, de que hay una nueva generación palestina que lucha por Jerusalén y por Al-Aqsa, es lo que el mundo descubrió con estupor y horror, al menos la parte menos contaminada ideológicamente, el sábado 7 de octubre cuando entendió que el lanzamiento de misiles no era sino una operación de distracción que ocultaba la incursión, en territorio israelí, por aire, tierra y mar, de las unidades paramilitares de las Brigadas Ezzedin Al-Qassam con un propósito aterrador. El brazo militar del Movimiento para la Resistencia Islámica, más conocido como Hamas, tras romper las barreras de Seguridad y matar a los soldados de las bases militares próximas, se infiltraban y dispersaban, en una operación perfectamente planificada y estructurada en tiempo y recursos, en el interior de Israel, sembrando un terror sin precedentes entre la población civil y militar de dos ciudades y 22 comunidades agrícolas – kibutzim- del sur del país. Miles de terroristas asesinaban, de la manera más salvaje como no se recordaba desde las matanzas de judíos en Europa del Este durante el holocausto, a más de 1400 israelíes en el corto espacio de unas horas, dejaban más de 3000 heridos y secuestraban a más de 200 mujeres, ancianos y niños para ser llevados como rehenes a Gaza. Los vídeos difundidos por Hamas, en un juego psicológico que recordaba al Estado Islámico o Daesh, no dejaban duda alguna del marco ideológico en el que se sitúa un conflicto que es religioso para los fundamentalistas islámicos, por más que nos empeñemos desde la racionalidad occidental en explicarlo desde la perspectiva estrictamente política. Rehenes para conseguir réditos políticos, como instrumento de guerra psicológica y para utilizarlos como escudos humanos, la narrativa deshumanizadora de Hamas enfrenta al Estado de Israel al dilema de ser fuertes y valientes en el plano militar para responder a la amenaza planteada a su Seguridad y erradicar las capacidades operativas de Hamas, pero también en lo moral y lo espiritual, conservando las limitaciones que le impone el Derecho Internacional y su propia tradición de respeto a la vida. Israel no está preparada para una guerra larga, menos ahora con una población traumatizada y con la necesidad de no perder la batalla del relato ante una organización terrorista que sabe manejar muy bien los tiempos del victimismo a su favor y una opinión pública internacional volátil en los afectos.

Caer en la trampa de Hamas con una incursión terrestre a gran escala en Gaza puede costar un número de víctimas insoportables: para Israel, que gestiona cómo reponerse de la pérdida y de la sensación de vulnerabilidad, y para los civiles palestinos, utilizados como escudos humanos por sus dirigentes, que no dudan en convertir centros civiles en objetivos militares. Dado que Hamas sitúa la infraestructura militar en el corazón de la población civil de la Franja de Gaza, incluidas casas residenciales, hospitales, escuelas, parques o mezquitas, evitar daños colaterales excesivos va a ser tarea imposible. Entre otras razones, porque el paradigma de Israel ha pasado del Nunca más al Nunca jamás.

Destruir la infraestructura y la capacidad ofensiva de Hamas es relativamente fácil si se está dispuesto a asumir un elevado coste político y mediático. Destruir la idea que subyace a una visión dicotómica del mundo y la realidad va a resultar más complicado si las democracias liberales, por encima de intereses partidistas, incluso ideológicos, no entienden que la deriva ideológica de un islam salafista y radical debe ser neutralizado ejerciendo presión sobre los países que tienen influencia sobre Hamas, como Irán, Turquía o Qatar. Porque el riesgo de una escalada regional tendría consecuencias globales imprevisibles

viernes, 21 de abril de 2023

75 Aniversario creación Estado de Israel

 

En la historia judía ha habido muchos momentos transformadores. Los obstáculos y el ostracismo al que los judíos se han enfrentado a lo largo de su existencia no les han impedido desarrollar su talento y sus habilidades en todas las esferas del pensamiento y las artes, la Ciencia o la Innovación, ya fuera en el campo de la medicina, la moda, el cine, el comercio o los aspectos más disruptivos de la tecnología, que han terminado por transformar la vida de miles de personas en el mundo, incluso a sus enemigos y detractores. Convertir desiertos en campos florecientes o pantanos en parques de alta tecnología aplicando estrategias de impacto es sólo la parte visual y más llamativa de una actitud frente a la Vida cuya fortaleza está fuertemente unida a los Principios Morales que se resumen en el Precepto de “quien salva una vida salva a la humanidad entera”, y que tiene al riesgo como opción ante la necesidad de salirse de la realidad de alternativas limitadas que la modernidad les proporcionaba.

Saltar las barreras invisibles que seguían vigentes a pesar de la emancipación, o la búsqueda de la aceptación y la necesidad de interacción social, necesariamente tenía que llevar a reformular su lugar como judíos en las sociedades modernas y a la búsqueda de una autonomía judía dentro de un Estado judío. El antisemitismo terminó por concretar la utopía del regreso a la tierra de sus ancestros, y el Estado de Israel, pese a los desafíos que enfrenta desde su fundación, es un país plural, solidario, con una riqueza humana envidiable, que cuenta con las mejores Universidades del mundo, ha dado más Premios Nobel que toda la humanidad junta siendo apenas el 1% de la población mundial, y con sus luces y sus sombras, como cualquier otro país en el mundo.  

Impresiona su fuerza de superación inquebrantable en un entorno hostil que hoy el pragmatismo de la geopolítica está cambiando. Impresiona su apuesta por la libertad individual y colectiva, por la cohabitación entre sus costumbres ancestrales y la modernidad de un Estado democrático y de Derecho, puntero en Ciencia y Tecnología. Personalmente siento una gratitud infinita por el país y la región en la que está cosida mi alma; por las personas que me recibieron y me siguen recibiendo con los brazos abiertos, que me regalaron su amistad y cambiaron mi percepción de la vida.

*Nota: Este artículo es una contribución original para el Anuario de la Asociación de Amigos de la Universidad de Tel Aviv con motivo de la entrega del Premio Maimómides 2023. El enlace a la revista  https://player.flipsnack.com/Anuario Amigos TAU 2022_23



  

sábado, 7 de enero de 2023

Las fisuras por las que supura el antisemitismo

 La Memoria se alimenta de la Historia. El Libro de los Recuerdos sigue abierto, y el pueblo judío, disperso por todos los rincones del mundo, es la mano que sujeta la pluma. En el día más especial del año, de ayuno y reflexión, de crecimiento y purificación, Israel cierra su espacio aéreo y las calles vacías de tráfico y transeúntes nos recuerdan a los días de confinamiento por la pandemia del covid19. Pero Yom Kippur no es el nombre de ningún virus, sino el del día más solemne de cierre de un calendario de diez días extremadamente santos que tiene lugar al anochecer del noveno día del mes de Tishrei según el calendario hebreo – del 3 al 4 de octubre -. 

Perdonar para que el dolor del pasado no arrastre el presente y lastre el futuro, pero también porque el dolor envenena nuestra mente y nuestra alma, y nos impide regocijarnos del regalo de estar vivos. Un alma esclava del rencor es un alma prisionera. Acto de confesión individual, pero también colectiva. 

Un hombre rencoroso, una nación rencorosa, no avanza. Quizá por eso, desde los tiempos inmemorables, el pueblo judío, a través del simbolismo del ayuno y la expiación, ha cerrado el círculo del dolor y ha emprendido el camino de la liberación por medio de la cura del perdón. No se trata sólo de revisar una conducta. Sin ese diálogo con Dios, sería imposible explicar la forma que tienen de afrontar y dar la mano a quien quiere aniquilarte de una manera inmisericorde desde el comienzo de los Tiempos, mutando las razones y el modo para hacer conveniente un prejuicio que se antoja desproporcionado, subjetivo y muy selectivo. Incluso ahora, cuando existe un santuario – el Estado de Israel – donde escapar y estar teóricamente a salvo de ese sentimiento insano. Porque el antisemitismo, representado hoy en los boicots económicos, el terrorismo, los actos vandálicos o las maniobras diplomáticas, avanza como una mancha por todo el mundo, - incluso en el llamado democrático y civilizado -, y la violencia interna se intensifica al tiempo que Israel amplía su presencia estratégica en la región y desarrolla sus capacidades ofensivas y defensivas en colaboración con gobiernos que hasta ahora parecía impensables.  

Han pasado ya tres meses desde la Fiesta del Perdón y los israelíes se han vuelto a poner a prueba. Campañas de intoxicación y propaganda, hostigamiento a la población, ensalzamiento del terrorismo, ataques con piedras, cocktail molotov, explosivos, armas de fuego o apuñalamientos. La violencia palestina en 2022, en cifras, ha dejado un saldo  de 31 israelíes asesinados y 734 heridos, pero también una sociedad profundamente dividida. El 1 de noviembre, la ciudadanía viraba electoralmente al centro-derecha al apostar por una coalición más estable de 64 diputados – en la que se integran los haredies y la derecha nacionalista religiosa - , liderada por un Benjamin Netanyahu que regresaba a la primera línea de la política, tras el paréntesis de la coalición Bennett-Lapid-Gantz, prometiendo gestionar de forma más eficiente las cuestiones de Seguridad y su relación con los palestinos. Pero sobre todo, asumiendo el mensaje de garantizar el interés nacional por encima de la subordinación a los intereses de Washington o a cualquier otra consideración de apaciguamiento a una Comunidad Internacional que les es hostil, y que no disimula, ni su guerra contra la identidad y la soberanía judía en la región, ni su indulgencia hacia una causa palestina irreal diseñada para mantener activo un enfrentamiento deliberadamente inflamado.

Esperanzas de paz frustradas ante la constatación de la falta de voluntad de querer compartir cualquier parte de tierra con los judíos, y baño de realidad de una población cansada de asumir los elevados costes en vidas de lidiar entre la negociación y la confrontación. Polarización también interna, riesgos de fractura social y acusaciones de querer restringir derechos civiles ante el negativo impacto que en la población está teniendo las demasiadas concesiones a los nuevos socios de gobierno, no sólo en carteras ministeriales, sino también en compromisos sobre medidas específicas para favorecer a sectores muy minoritarios del espectro ultraortodoxo en detrimento de la mayoría de la población. Atisbos de reformas legales planificadas que suponen una quiebra del sistema constitucional del país según sus críticos, y decisiones personales de miembros del nuevo gobierno que impactan por la alta sensibilidad de una simbología que se presta a un análisis político con diferentes puntos de interpretación.

Israel sabe que juega en la liga de los equilibristas en la cuerda floja, y que cualquier movimiento es interpretado con los ojos del que mira a través de un caleidoscopio. La visita del ministro Ben Gvir al Monte del Templo, el lugar más sagrado para el pueblo judío, bajo soberanía israelí pero sometido a un status quo utilizado por la Autoridad Palestina para vetar la presencia judía en la zona, ha roto las fisuras por las que supura el antisemitismo. Y porque el contexto importa y son las palabras las que transmiten la Historia, en este punto de inflexión para avanzar hay que arriesgar. Apartheid, ocupación, colonos, provocación, ofensa… son términos que diluyen intencionadamente la conexión de los judíos de la tierra y los lugares de la que son parte y en torno a los cuales gira su cultura y su fe. Israel perdió la guerra de la narrativa en el mismo momento en el que aceptó sucumbir al chantaje de una Autoridad Palestina hiperventilada política y económicamente a nivel internacional y que amenaza constantemente con desencadenar olas de violencia cada vez que se siente frustrada. 

Los Acuerdos de Abraham han marcado el comienzo de un capítulo nuevo en la historia de Oriente Medio. No sólo formalizaron unas relaciones cordiales que ya existían desde hacía años con los países del Golfo, sino que sacaron de la ecuación de la paz a los palestinos. Estamos, por tanto, ante una realidad nueva en la que los palestinos ya son secundarios en la agenda internacional y regional. Los sucesivos gabinetes israelíes, conscientes de que hay fuerzas aún más extremistas en el campo palestino – Hamas, Yihad Islámica -, han cooperado con la Autoridad Palestina para evitar su colapso. El nuevo gabinete, dispuesto a frenar la campaña contra Israel a nivel internacional y la violencia interna, no está comprometido con seguir fortaleciendo una organización que incita al terrorismo y a la que considera enemiga. A Mahmoud Abbas no le queda mucho tiempo – por edad y salud - y si no es capaz de asumir un liderazgo pragmático y aprovechar las oportunidades que los nuevos socios de Israel, en el marco de los Acuerdos de Abraham, le ofrecen para avanzar en la transformación hacia un Orden Económico y de Seguridad integrado y estable, el nuevo gabinete israelí no tendrá ningún reparo en permitir que la Autoridad Palestina colapse, aunque eso signifique que el campo palestino se enzarce en una guerra civil por el liderazgo y se diluyan, para siempre, los sueños de una nación independiente junto a Israel. La palestina es una sociedad rencorosa que no avanza. Perdonar para que el dolor del pasado, que lastra el presente, no arrastre el futuro, y reconocer que la Memoria que alimenta su Historia está distorsionada, debería ser el último acto de reconciliación y amor por su pueblo de un hombre que está a las puertas de atravesar el umbral del Más Allá.      

martes, 19 de abril de 2022

Historias que construyen Memoria.

 

En el triángulo que une las ciudades de Acre, Haifa y Nahariya, al oeste de la Galilea, en medio de una llanura de campos verdes y junto a un Acueducto de la época del Imperio Otomano, se encuentra un kibutz que hoy está integrado en el circuito de las rutas obligadas de la Memoria, pero que en 1999 era un lugar apartado y prácticamente desconocido a pesar de haber sido creado en abril de 1949 por 150 judíos supervivientes del Holocausto, entre los que se encontraban alrededor de 20 que habían luchado y sobrevivido al levantamiento del gueto de Varsovia durante la primavera de 1943, el mismo día que comenzaba Pesaj, la Pascua judía. Una de ellas era Chavka Raban, fallecida en enero de 2014 y de cuyo testimonio en aquel emblemático lugar años después guardo grato recuerdo.

El Informe realizado por el general de las SS Jürgen Stroop para celebrar la victoria sobre los judíos, y cuyo facsímil pude tocar y hojear con el corazón encogido en la biblioteca de Yad Vashem de Jerusalén en 2011 – el original se halla en los Archivos Nacionales de Washington DC - es el testimonio gráfico de la degradación moral de una sociedad aniquilada en su humanidad que es capaz de ver heroicos soldados combatiendo a escoria humana cuando el resto de la humanidad ve la expresión más grotesca de la inhumanidad del hombre. Asomarse a la ventana de la Historia a través de sus protagonistas resulta inquietante. A veces el tiempo se detiene ante esta triste y dolorosa cicatriz en la conciencia del ser humano. En otras ocasiones, el número tatuado en el brazo es la marca del recuerdo de infancias, adolescencias y vidas adultas interrumpidas bruscamente, de culturas arraigadas, de amor y oscuridad en una relación contradictoria que sólo desea vivir. Imaginar lo inimaginable a través de las fotografías o intentar penetrar en las razones de los que sellaron su destino e inmortalizarlo con tinta es lo único que podemos hacer los que no estuvimos allí para dar sentido a esos destinos que se definen en un instante.     

Apenas seis años después del final de la Segunda Guerra Mundial, un año después de haberse proclamado el nacimiento del Estado de Israel y recién terminada la Guerra de Independencia, los supervivientes que llegan heridos por sus vivencias a un país por edificar y marcado también por profundas confrontaciones ideológicas, sienten la fuerte determinación de atestiguar cómo la Shoa había desafiado las relaciones humanas establecidas y cómo, rodeados de explotación y muerte, fueron capaces de ampararse en la comunidad para sobrevivir y afrontar tanta atrocidad.

En realidad, desviarme de la carretera principal y descubrir por casualidad Beit Lohamei HaGeta´ot – la Casa de los Combatientes del Gueto – aquel soleado día de primavera de 1999 fue una bendición en un momento anímico particular, que me sirvió para conectar aún más con las historias que construyen memoria y con la idea de que vivir y morir libremente es un acto de valentía, más en tiempos de guerra, cuando una insurrección contra la muerte en la humillación es una mera cuestión de dignidad. Dilemas que plantean las diferentes formas de resistir cuando todo está perdido y cuando las imágenes que la memoria nos pide recordar nos impulsan a rescatar las identidades y las narrativas perdidas. Preservar la memoria de las víctimas es una obligación moral aunque duela. El propio Primo Levi era consciente de que el recuerdo de un trauma es en sí mismo traumático porque recordarlo duele (Levi, 1989, Los hundidos y los salvados, Barcelona, El Aleph Editores, 2011). El profesor Israel Gutman, fallecido en octubre de 2013 y a quien tuve el privilegio de conocer en 2011 durante mis estudios en la Escuela Internacional para la Investigación del Holocausto de Yad Vashem, reconocía que el pasado había dejado en cada uno de los sobrevivientes un sedimento profundo que los acompaña toda su vida (Gutman, 2003, Holocausto y Memoria, Jerusalén: Graphit Press Ltd). Sedimento que les deja también a sus familias, porque las heridas que no se ven son las que más dolor provocan, sobre todo cuando pedir ayuda se considera un signo de debilidad que amenaza a la nación.   

La compleja realidad de Seguridad de Israel hace que su sociedad viva en constante alerta. Israel es un lienzo tejido con los hilos de la memoria. Memorias cruzadas de identidades múltiples unidas por la palabra, la creación y el destierro constante. Antes, cuando la vida cabía en una maleta, y ahora, que se enfrenta igualmente a dilemas ante un miedo existencial que confrontan creencias y expectativas y cuando el mito del sacrificio heroico se derrumba ante eventos adversos que están fuera de control. Heridas en el alma de una nación multicultural y heterogénea sometida a la ansiedad y la frustración de tener que aceptar como normal la anormalidad de ser el único país del mundo cuestionado en su legitimidad, y de vivir bajo el estrés de aceptar la pérdida y el dolor como parte del precio de querer ser libre en un entorno hostil. Las heridas del alma nos acompañan toda la vida, me recordaba hace ya algunos años con tristeza Eran Golani, un veterano de la unidad Givati que perdió a cinco de sus amigos una funesta noche de 1990 durante su servicio militar en el Líbano. Cómo no sentirse impotentes frente a la exposición constante a una guerra, los atentados terroristas, los frecuentes lanzamientos de misiles que interrumpen la vida cotidiana o la pérdida de vidas sin ver una causa o un propósito en el daño ocasionado, más allá del simple odio que manifiesta el que empuña un cuchillo o atropella a unos transeúntes al azar.  

La certeza de querer salvarse necesita liderazgos fuertes y que una parte de la población esté dispuesta a rendir al máximo nivel para poder sobrevivir y transmitir normalidad a una ciudadanía que sigue necesitando la figura del héroe que vive y muere por el Estado ante la ansiedad y la incomprensión que genera las explosiones de alegría desatadas en los ambientes más radicales tras los asesinatos de israelíes. Costumbre difícil de asimilar para quien no se haya educado en un entorno social e institucional que glorifica el terrorismo y premia las acciones criminales elevando la categoría social de la familia del agresor. Un desafío que precisa de un tiempo nuevo para tomar decisiones críticas sobre la capacidad para enfrentar las amenazas externas, pero también ante el desgarro interno y la polarización que afectan a la identidad nacional.

El 19 de abril de 1943, en un contexto de adversidad, incertidumbre y muerte, se gestó una de las hazañas más osadas y emblemáticas de la resistencia judía. Tres organizaciones judías decidieron no resignarse al hambre, las deportaciones a los campos de concentración y exterminio y a la barbarie nazi. Hoy, 79 años después, cuando los  héroes de sangre que entonan cantos patrióticos son profetas de una ira que alaba el sacrificio del alma, la yihad y la lucha armada contra Israel, los soldados de Israel seguirán defendiendo a los israelíes del terrorismo, porque las olas de violencia recurrentes, los discursos de incitación al odio y el antisemitismo son las señales del recuerdo de aquel tiempo oscuro que no puede volver a pasar.  

No hay posibilidad de acuerdo y reconciliación con una sociedad enferma que celebra el asesinato como forma de vida y que utiliza el terrorismo como vía para condicionar la política internacional. Hoy, 79 años después, la fortaleza de un pueblo que resiste unido a la barbarie y el sinsentido sigue siendo el pilar que garantizará que en el futuro, el Estado de Israel se mantenga fiel a sus principios democráticos en un entorno regional peligroso y en un área inestable. Que las víctimas de este sangriento Pesaj de 2022 Descansen en Paz, en la Tierra que os abraza con el corazón roto.