Seguimos buscando con
fervor a los chicos, decía con esperanza contenida el entonces
portavoz de las IDF para la Comunidad hispanohablante, Capitán Roni Kaplan,
horas antes de que se encontraran en un descampado de Hebrón los cuerpos sin
vida de los tres adolescentes israelíes secuestrados por el grupo terrorista
Hamas el 12 de junio del verano de 2014. Eyal, Gilad y Naftali, de 16 y 19
años, no volverían jamás a sus hogares porque la ideología asesina que mezcla un
proyecto político totalitario y un mesianismo religioso excluyente había
decidido que eran enemigos y, por tanto, que no merecían vivir. Terminaban dos semanas
de búsqueda infernal por toda Cisjordania en medio de un calor asfixiante, en
el que se descubrieron cuevas y túneles cavados expresamente para almacenar
arsenal militar y acceder a poblaciones israelíes con objeto de asesinar
civiles, al tiempo que comenzaba una escalada simultánea intermitente de
agresiones y lanzamiento de misiles desde Gaza a territorio israelí que culminaría
con el estallido de una operación militar israelí defensiva conocida con el
nombre de Operación Cúpula de Hierro.