Seguimos buscando con
fervor a los chicos, decía con esperanza contenida el entonces
portavoz de las IDF para la Comunidad hispanohablante, Capitán Roni Kaplan,
horas antes de que se encontraran en un descampado de Hebrón los cuerpos sin
vida de los tres adolescentes israelíes secuestrados por el grupo terrorista
Hamas el 12 de junio del verano de 2014. Eyal, Gilad y Naftali, de 16 y 19
años, no volverían jamás a sus hogares porque la ideología asesina que mezcla un
proyecto político totalitario y un mesianismo religioso excluyente había
decidido que eran enemigos y, por tanto, que no merecían vivir. Terminaban dos semanas
de búsqueda infernal por toda Cisjordania en medio de un calor asfixiante, en
el que se descubrieron cuevas y túneles cavados expresamente para almacenar
arsenal militar y acceder a poblaciones israelíes con objeto de asesinar
civiles, al tiempo que comenzaba una escalada simultánea intermitente de
agresiones y lanzamiento de misiles desde Gaza a territorio israelí que culminaría
con el estallido de una operación militar israelí defensiva conocida con el
nombre de Operación Cúpula de Hierro.
“Mira
que pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… escoge pues, la
vida” (Deuteronomio 30:15-19), recomienda Dios a la Humanidad en ese Libro Eterno que algunos consideran
obsoleto. Como una metáfora, Tamuz,
el dios del abismo o la naturaleza, el que muere en estío y vuelve en invierno
a la vida, nos recordaba aquel caluroso verano, otro más desde que los judíos
regresaron a un Hogar ahora considerado waqf
por el Islam, que se puede y se debe rectificar, pero también que elegir por la
Vida es más complejo de lo que parece. Las técnicas que inventan los
terroristas para causar daño no tienen fronteras, y defenderse es una cuestión
de supervivencia para este pueblo que vive en una dualidad permanente entre la
alegría y el llanto. La incitación al odio y a la violencia contra los judíos
desde la más tierna infancia y desde todos los estamentos sociales, políticos y
religiosos palestinos, ha fracturado a toda una sociedad al menos durante dos generaciones,
impidiendo una cohabitación necesaria entre dos vecinos que comparten un mismo
enclave geográfico y dos visiones antagónicas de la Historia y del sentido mismo
de la Vida y la Transcendencia. Desde los atentados con bomba a los atropellos
con vehículos particulares, los acuchillamientos o los cócteles y globos
incendiarios, las piedras o el lanzamiento de misiles, el pueblo palestino se
expresa a través de la violencia y la revolución armada, rechazando todas las
soluciones que no cumplen su expectativa de liberación
de toda la tierra palestina del Jordán al Mar en base a una identidad y una
narrativa inventada que, a fuerza de victimismo y mucha financiación
internacional, esconde la incapacidad del mundo árabe e islámico en general para
despojarse de sus prejuicios, reconocer la autonomía judía y la legitimidad del
Estado de Israel, coexistir e insertarse en la modernidad y en la globalización
en igualdad de condiciones con el resto de las naciones.
Veinticinco
años después del inicio del eufórico Proceso de Oslo, y trece desde la
desconexión de Israel de Gaza, las posibilidades de reconciliación entre israelíes
y palestinos son más remotas que nunca. La mayoría de los analistas coinciden
en que Oslo, a pesar de toda la buena voluntad, fue el error estratégico más
severo que ha cometido Israel en su corta vida como Estado al no entender que,
para los palestinos, se trataba sólo de una convergencia de intereses: un nuevo
marco para cambiar las reglas del juego y un compromiso para subvertir la legitimidad
y la reputación de Israel en el escenario internacional mientras avanzaba hacia
un Estado de pleno derecho fuera del marco de los Acuerdos. Los palestinos no
son víctimas inocentes de su destino y hoy las relaciones de Israel en Oriente
Medio se estrechan a medida que su causa pierde interés, ya sea por
indiferencia, hastío o reconocimiento implícito de que su situación es anómala
en todos los sentidos. En una región quebrada por el colapsado de los sistemas
de Estado árabes, el sectarismo y el auge del islamismo radical y militante, la
responsabilidad internacional por su destino decrece al tiempo que los desafíos
geoestratégicos y las amenazas pasan por las tensiones derivadas del
reequilibrio de poderes, la amenaza nuclear iraní y el modus operandi de Irán como
agente desestabilizador a través de Hizbollah.
Dice
el escritor israelí Amos Oz que la palabra es la seña de identidad del pueblo
judío. Centrarse en la dimensión positiva de la realidad, como enseña la
Tradición judía, y seguir prosperando como nación, desde el punto de vista económico,
científico, cultural, social y moral, es complicado cuando la seña de identidad
de quienes te odian desde los cuatro puntos cardinales de tus límites es fuego, martirio y muerte. Gaza,
gobernada desde 2007 por Hamas, un grupo terrorista al servicio de Irán, y
Cisjordania, por una Autoridad Palestina mafiosa con estructura de crimen
organizado y pretensiones de protoestado subvencionado, limitan la posibilidad
de gestionar un conflicto enquistado que requiere de una transformación socioeconómica
y educativa hoy por hoy imposible. Un cambio de paradigma en el entorno
palestino en particular, e islámico en general, que conciba, desde una
convivencia rota, fragmentada y deshumanizada, la educación como una
herramienta al servicio del crecimiento y el reconocimiento del otro. Se
necesitan decisiones oportunas, valientes e históricas, para que la Paz de los Cuervos, que hoy sirve
como tregua para el rearme y el fortalecimiento de las estrategias y capacidades
militares, se transforme en una Paz real al servicio de sus ciudadanos.
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